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sábado, 10 de enero de 2015

¡Silencio, se vive!

He empezado mi aventura de invierno en la fría Canadá. Ya estoy en la primera casa de una ruta de aventura e inmersión en familias. Es casa de artesanía y amor; de cerámica y armonía; de creatividad y compañía.
Rachel mueve la prensa preparando una feria de artesanos locales y no está en casa. Sus hijas permanecen en sus centros de estudio. El padre de familia, estará en algún lugar, haciendo algo que yo no sé. Yo estoy conmigo mismo y con Gastón, un imponente, dulce, grande, rizoso y bien educado perro negro, como la noche de las tierras del norte.
Así lo planifiqué y así lo hago. Estoy acogido en una casa canadiense y colaboro en las tareas de la misma. La actividad es variada: hacer galletas, lavar la vajilla, ordenar el taller cerámico, pasar la aspiradora, pasear a Gastón y pasar inciertos ratos, cuando temo perderme entre rutas, caminos y bosques, en días cortos y noches tempranas, largas y frías.
Oigo radio española y me interesan las actividades de los lobbies europeos y el mercado mundial del vino. Escribo éstas líneas por el simple placer de hacerlo. Miro los amplios ventanales de la casa y veo la noche, de intenso negro, roto por centelleantes luces de hogares canadienses, introspectivos e incomunicados y por la luz que ilumina y alegra las lenguas de blanco frío, que acogen en sus pendientes a los amantes del esquí.
Gastón respira a mi lado. Un trozo de bizcocho ha caído en tributo de merecida merienda. El techo de madera, transmite calidez, naturaleza y autenticidad. La gran sala de vida, cocina, lectura y trabajo, permanece silente, en penumbra y sosiego. No hace frío y la chimenea no trabaja, ni distrae con el crepitar y el baile de sus llamas.
Un bonsoir sobresalta y alegra mi espíritu. Rachel ha entrado por la puerta inesperada, en el tiempo imprevisto. Momentos después, se encienden las luces, brilla el alma, vuelve la vida y el mundo gira de nuevo. Reemprendo mis tareas; enchufo la plancha y la utilizo contra los manteles que esperaban un beso de liso calor. Una foto inmortaliza el momento, mientras una sonora risa invade mi rostro.
Dos cervezas después y 10 manzanas peladas y troceadas, se abren los espíritus de seres humanos de diferentes credos, idiomas e inquietudes. Tras arreglar el mundo e intercambiar opiniones, dejo constancia de mi dificultad para entender un acento tan especial y Rachel me refiere un dicho canadiense: ¡Cómo quieres que hable un buen francés, si tengo la jeta congelada!
La chimenea arde; las llamas juegan al sube y baja; al amarillo y al naranja; al caliente crepitar que hipnotiza quien las mira. El calor estimula la vida de la noche; la música relaja y un alegre bienestar invade los pequeños momentos de felicidad compartida.
La noche es aún más negra, pero el alma es más blanca y dulce. Veo las pistas de nieve encendidas y veo el frío, pero no lo siento. La vida es hermosa, si se comparte. La vida es hermosa, si se tiene salud, música, calor humano y una sonrisa frente a ti. La vida es hermosa, aunque te hiera el alma de cuando en cuando.
Es  25 de noviembre de 2013






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