Estuve abrazado a un tigre de bengala, acariciando su rayada piel de selva asiática. Mis dedos se perdían en la majestuosidad de su cuerpo y no tenía miedo.
Sentía la fuerza del gran predador. Podía jugar conmigo como un muñeco de trapo, sacar mi corazón de un zarpazo o seccionar mi yugular, pero no, jugamos al ronroneo y a la vida compartida.
Fue un sueño hermoso, extraño e increíble, que quizás, el destino lo haga pronto realidad.
El sol bañó mi cara, saludé el nuevo día, respiré profundamente y agradecí el inmenso privilegio de la existencia.
Los árboles, desnudos por el otoño, cubrían el césped con el color tabaco de sus hojas.
Mi espíritu se ha elevado oyendo versiones originales de películas. Memorias de África, Bailando con lobos, La misión, ... Miro al cielo, es azul y tiene senderos de vapor de altos vuelos.
Un mirlo se baña en el estanque de mi jardín, ajeno al reciente ahogamiento de un erizo en sus aguas.
Aún florecen algunas alegrías, una flor de hortensia, que resiste aún, me ofrece su color carmín y un desnudo cerezo, tiene un solo penacho de nuevas hojas, que crecieron engañadas por el tiempo de una Naturaleza alocada.
Mi alma vuela a tierras de hijos y nietos, lejanas en el espacio y cercanas en el corazón. También sueña con un amor en los gélidos paisajes del gran norte, allá donde el sol, caprichoso, juega al escondite en esta época, para iluminar las noches de verano y cortejar la luna.
Las aves del norte, vuelan en las marismas de España y las nuestras, revolotean los cielos africanos.
Mi alma viaja a lejanos paisajes, consciente de que mi cuerpo se acerca al límite de su aventura.
Quedan lejos mis sueños de cabalgar entre la gran fauna africana, descender a Soon Dong, la gigantesca cueva descubierta en Vietnam o sumergirme en la jaula de la muerte, para ver de cerca el "gran blanco" o los cocodrilos marinos australianos.
Pienso en el gran norte europeo, de dulces miradas azules, sonrisas de blanca piel y rubios cabellos al frío viento.
Cierro los ojos y veo numerosas etnias del cálido suroeste chino, afanadas en los campos de arroz tallados en las montañas y las frías laderas tibetanas, que esperan para acogerme en su espiritual paraíso.
Asia, el gran continente desconocido, es ya una tierra que me ha ofrecido sus colores de azafrán, sus paisajes y su fauna.
Vietnam, Camboya, Indonesia, India y Nepal, me han impregnado sus esencias y ahora, ansío la misteriosa China y el Japón tradicional.
El 18 se muere; tras las uvas, mi espalda portará por lejanas colinas y hermosos valles, un ligero equipaje en busca de sendas de flores, rostros con sonrisas y ojos de curiosidad.
Viejo, pero vivo, con ansias de aventura. Mientras, huelo a leña de hogar, a castañas asadas y dulces de Navidad.
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