Pasión de invierno e hijo de agosto.
Me uní a él para siempre. Fui testigo de sus llantos, calostros y lactancias y de la ilusión y desvelos de unos padres, que vieron un mundo de colores, en una España de negra postguerra.
Cachorro humano; retoño por tornar en hombre y alas maternas que no le dejaban madurar al sol.
Tirachinos de infancia, balones de adolescencia y sueños de juventud.
Amores del camino, esperanzas perdidas, ternura, hijos y brutal desgarro por muerte materna
Fríos de invierno, colores de primavera, calores de verano y vientos de otoño, cerraron, año tras año, los ciclos de la estaciones y forjaron lenta e inexorablemente su carácter.
Recorrió senderos mullidos de verdes paisajes y atajos de hirientes matorrales. Pisó el polvo de la vida y los barros de la luvia.
Sintió frío, pasó sed, quemó su piel, pasó lunas inciertas y lloró sus errores.
Lágrimas, cicatrices físicas y emocionales, nuevos desgarros de adiós y muerte, esperanzas y miedos por los seres queridos.
El mundo siguió girando, el espejo le mostró el paso de la vida y cambió como persona.
Aquella fruta verde había madurado al fin al sol de la vida.
Supo que la madurez exigía superar las frustraciones y fracasos, tener prudencia, sensatez, equilibrio, estabilidad y autodominio.
Comprendió que para ser libre, debía ser responsable y que para ser feliz, habría de seguir los dictados de su conciencia.
Aprendió que el amor, además de una tabla de gimnasia, era generosidad, respeto, entrega y ternura.
Concluyó que un amigo es un tesoro; siempre un sentimiento a cuidar y nunca una oportunidad.
Se marcó claros objetivos de vida y luchó por ellos.
Asumió sus errores, aprendiendo de ellos y aceptando el dolor por el pasado emocional,para vivir con alegría el presente.
Alcanzó un razonable nivel de capacidad y autosuficiencia personal.
Aprendió a respetar las personas, independientemente de su raza, nacionalidad, creencia religiosa, extracción social o pensamiento político.
Empatizó con las emociones ajenas y supo intercambiar con provecho ideas y sentimientos en un mundo globalizado.
Se desprendió de la coraza del pasado, para viajar ligero de equipaje por la aventura de la vida.
Actualmente,
A sus 70 años, ya sin responsabilidades profesionales, tiene un bienestar digno y una salud aceptable, aunque..." algo crujiente".
Se siente como una nave espacial que se ha desprendido de los fuselajes ya inservibles y flota en el espacio, ajeno a las turbulencias del camino
Ha tomado las riendas de su vida; alcanzado su equilibrio interno y externo, disfrutando tanto de su soledad como del tiempo compartido:
"Madurar es cuidar lo que dices, respetar lo que oyes y pensar lo que callas".
Los seres humanos, nacéis desnudos y os vestíis para abrigaros, cubrir vuestra intimidad y crearos una imagen en la sociedad.
Cada prenda que utilizáis a lo largo de nuestra vida, tiene una utilidad y conforma vuestra propia personalidad.
Cuando os quitais la ropa, os despojais de los signos de distinción social y de vuestros gustos personales; entonces, os mostráis más naturales y libres.
Es lo mismo que le ha pasado al personaje al que sigo fielmente.
Le conozco mejor que nadie; soy la sombra de Miguel del Valle, la que nunca le ha abandonado.
Sé que es un simple ser humano, que intenta ser una buena persona, conservar el niño que lleva dentro y no madurar en exceso, pues es el inicio de la pudrición.
Le quiero y sé que mi vida acabará cuando acabe la suya.
Me uní a él para siempre. Fui testigo de sus llantos, calostros y lactancias y de la ilusión y desvelos de unos padres, que vieron un mundo de colores, en una España de negra postguerra.
Cachorro humano; retoño por tornar en hombre y alas maternas que no le dejaban madurar al sol.
Tirachinos de infancia, balones de adolescencia y sueños de juventud.
Amores del camino, esperanzas perdidas, ternura, hijos y brutal desgarro por muerte materna
Fríos de invierno, colores de primavera, calores de verano y vientos de otoño, cerraron, año tras año, los ciclos de la estaciones y forjaron lenta e inexorablemente su carácter.
Recorrió senderos mullidos de verdes paisajes y atajos de hirientes matorrales. Pisó el polvo de la vida y los barros de la luvia.
Sintió frío, pasó sed, quemó su piel, pasó lunas inciertas y lloró sus errores.
Lágrimas, cicatrices físicas y emocionales, nuevos desgarros de adiós y muerte, esperanzas y miedos por los seres queridos.
El mundo siguió girando, el espejo le mostró el paso de la vida y cambió como persona.
Aquella fruta verde había madurado al fin al sol de la vida.
Supo que la madurez exigía superar las frustraciones y fracasos, tener prudencia, sensatez, equilibrio, estabilidad y autodominio.
Comprendió que para ser libre, debía ser responsable y que para ser feliz, habría de seguir los dictados de su conciencia.
Aprendió que el amor, además de una tabla de gimnasia, era generosidad, respeto, entrega y ternura.
Concluyó que un amigo es un tesoro; siempre un sentimiento a cuidar y nunca una oportunidad.
Se marcó claros objetivos de vida y luchó por ellos.
Asumió sus errores, aprendiendo de ellos y aceptando el dolor por el pasado emocional,para vivir con alegría el presente.
Alcanzó un razonable nivel de capacidad y autosuficiencia personal.
Aprendió a respetar las personas, independientemente de su raza, nacionalidad, creencia religiosa, extracción social o pensamiento político.
Empatizó con las emociones ajenas y supo intercambiar con provecho ideas y sentimientos en un mundo globalizado.
Se desprendió de la coraza del pasado, para viajar ligero de equipaje por la aventura de la vida.
Actualmente,
A sus 70 años, ya sin responsabilidades profesionales, tiene un bienestar digno y una salud aceptable, aunque..." algo crujiente".
Se siente como una nave espacial que se ha desprendido de los fuselajes ya inservibles y flota en el espacio, ajeno a las turbulencias del camino
Ha tomado las riendas de su vida; alcanzado su equilibrio interno y externo, disfrutando tanto de su soledad como del tiempo compartido:
"Madurar es cuidar lo que dices, respetar lo que oyes y pensar lo que callas".
Cada prenda que utilizáis a lo largo de nuestra vida, tiene una utilidad y conforma vuestra propia personalidad.
Cuando os quitais la ropa, os despojais de los signos de distinción social y de vuestros gustos personales; entonces, os mostráis más naturales y libres.
Es lo mismo que le ha pasado al personaje al que sigo fielmente.
Le conozco mejor que nadie; soy la sombra de Miguel del Valle, la que nunca le ha abandonado.
Sé que es un simple ser humano, que intenta ser una buena persona, conservar el niño que lleva dentro y no madurar en exceso, pues es el inicio de la pudrición.
Le quiero y sé que mi vida acabará cuando acabe la suya.
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