Soy el último profesional de una saga ininterrumpida de 5 generaciones de veterinarios en línea directa. Todo empezó, cuando en 1822, mi tatarabuelo obtuvo el título de Herrador y albéitar, precursor de la profesión veterinaria,
Cuando nací, llevaba escrito el destino de mi historia.
Mi padre me infundió el amor por la que luego sería mi profesión, llevándome, desde bien pequeño, al campo.
Me crié conociendo todo tipo de animales y bebí desde mi infancia, las claves de la vida salvaje.
Ya en mi adolescencia, un odontólogo burgalés, tenía un programa de televisión sobre la Naturaleza.
Vi reiteradamente sus programas, coleccioné, leí y releí sus enciclopedias, aprendí y amé la fauna silvestre.
Mi sueño, no fue convertirme en un veterinario de animales de renta, sino de una reserva de animales salvajes.
En 1970, a pocos meses de acabar la carrera, contacté con Félix Rodríguez de la Fuente, al que había localizado en la sede de ADENA, (Asociación para la Defensa de la Naturaleza), en plena Castellana de Madrid.
Cuando estuve frente a mi ídolo juvenil, sentí una mezcolanza de emoción y decepción.
Era un hombre pequeño y no se correspondía físicamente, con el idealizado héroe que había cristalizado en mi mente.
Sin embargo, era un gigante como comunicador y dinamizador de la conservación de la Naturaleza.
Recuerdo que me citó en las afueras de Madrid, donde tenía la camada de lobos, con la que había hecho los programas sobre esta especie animal.
El guarda del recinto, me permitió jugar con varios lobeznos, mientras esperaba a R. de la Fuente.
Pero el tiempo pasó y Félix no se presentó. Mi idea de colaborar con él como reciente licenciado en Veterinaria, se perdió en la noche de los sueños.
Algo parecido pasó poco después, cuando estuve en contacto con la Doctora Celma, directora del zoo de Madrid.
Años más tarde, viví en África y en cierto modo, tuve allí algunsa experiencias con fauna salvaje, pero en modo alguno, satisficieron mis sueños fallidos.
Aún más tarde, pude trabajar, como funcionario del Gobierno de Cantabria, en un maravilloso Parque natural, llamado Cabárceno, pero mi situación administrativa no quedaba clara y la prudencia me aconsejó dar aquél paso.
Ya jubilado, mantengo la misma ilusión juvenil por esta causa y aún hoy, intento colaborar como voluntario en una reserva de animales salvajes en Sudáfrica.
No descarto que esta posibilidad se haga por fin realidad. Tengo ilusión, salud y tiempo para ello.
Todo esto, se lo debo en gran parte a mi amigo Félix.
Sus programas sobre la vida, dejaron en mi generación, una huella imborrable.
Lloré, como la mayoría de los españoles, su trágica muerte en un accidente aéreo ocurrido en Alaska.
Félix murió físicamente, pero permanece en nuestros corazones y la multitud de conservacionistas que han continuado su tarea.
Fue objeto de merecidos homenajes. Su familia, perdió un ser querido y sus seguidores nos quedamos en cierto modo .huérfanos.
Ayer, paseando por la Campa de la Península de la Magdalena, aquí en Santander, vi el monumento dedicado a Félix,
Sentí pena y admiración por este desaparecido personaje.
Fue un gigante y aún, le recuerdo con reconocimiento y cariño
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