Estaba inactivo, burreándome en una silla de artesanía capilar.
No tenía otra opción; paseé los ojos por las revistas del corazón, entre sorpresa, revulsión y disconformidad.
Los maricuchis, los rechulos y las maripijas, llenaban páginas foteras, que entretienen a incultos y chismosos, incentivando la estupefandez y dando pienso a una miriada de profesionales del chufleo y la gilipuez.
Reposiciones sentimentales, exposición de hembras de relumbrón, marcadores de tendencia estilista a lovayapordios, portaetiquetas de marca como signo de triunfo social, hijos de papá, historias de embarazos, de partos y lactancias, divos de la cuernocracia, de la ingeniería económica o simplemente, herederos genitales, viejas colesterolicas maquilladas al óleo, con varios chulapos en su biografía...
Toda una fauna social, a la que ya cantaba la desaparecida Cecilia, por lo de alta cuna y baja cama.
Un mundo fatuo e indecente, que ofende a los hijos de un dios menor, sufrientes de hambre.
Francamente, que a un petardo se le haya defolastado el colastador o que a una plety se le haya escofoñado el churufruz, es refanfinflante.
Que una mindundi se muera de ganas de contar sus amores, mientras simula ser sorprendida refregándose a un banana boy con andares de cangrejo de gimnasio, no me empirula lo más mínimo.
Me duele ver tamaña caterva de personajes, cuando se ahoga el hambre en el Mediterráneo, se asfixian sueños en las salas de máquinas de barcos ataúdes, se destruyen patrimonios de la Humanidad por feroces bestias del fanatismo y el sufrimiento hunde sus garras en las entrañas de los parias del mundo.
No puedo tirar la primera piedra. No me siento legitimado para ello, pues no siempre he vivido como pienso. Pero sí afirmo que es penoso ver todos esos piojos sociales, marcando estilo y enseñando un falso paraíso, ajenos al mundo real.
No hay comentarios:
Publicar un comentario