Era el único usuario de la piscina. Nadaba lentamente, plácidamente, con la cara hundida hasta los ojos.
Algo así, como nadan los cocodrilos, pero sin ánimo de lucir dentadura.
Algo así, como nadan los cocodrilos, pero sin ánimo de lucir dentadura.
Lo hacía sin levantar ondas, disfrutando el "momento amniótico".
Pensé en el Principio de Arquímedes:
"Todo cuerpo sumergido en el agua, experimenta un empuje hacia arriba, igual al peso del volumen desalojado"
"Todo cuerpo sumergido en el agua, experimenta un empuje hacia arriba, igual al peso del volumen desalojado"
Recordé entonces mis viejos estudios:
Teorema de Pitágoras, teoría de los vasos comunicantes, teoría de la relatividad, matemáticas de conjuntos, el sistema periódico, el círculo de Krebs, la ósmosis, el complemento indirecto, la hipotenusa, los silogismos y los sofismas, las derivadas y las integrales ...etc.
Recorría la piscina con suaves brazadas, por lo que la superficie del agua, parecía un espejo. El relax era total.
Pensé que muchos de los conocimientos adquiridos, duermen el sueño del olvido y me pregunté para qué valió tanto esfuerzo.
La respuesta se llamaba desarrollo intelectual, estructuración mental y capacidad de aprendizaje.
Alguien dijo, que la cultura es lo que queda cuando olvidas lo aprendido.
Seguí nadando. Intensificaba el esfuerzo progresivamente, ondulando ya el agua a mi paso. Estaba tibia y cristalina y nadar en ella, fue hermoso.
He nadado ríos, mares, lagos y pantanos.
He braceado aguas turbias de ríos "trabajados" por asentamientos urbanos e industrias contaminantes.
He nadado por las traicioneras aguas de la política.
He intentado imprudentemente. atravesar un pequeño ibón pirenaico, con hielo de verano y casi me ahogo en el intento.
He nadado en las aguas atlánticas, en orillas, europeas y americanas, incluso lo he navegado en una marea de pesca de bacalao, allá en Islandia.
He chapoteado las mediterráneas aguas europeas africanas.
Se han escurrido entre mis manos aguas pacíficas e índicas, versus Honduras e isla de la Reunión, pero sin entrar en sus tiburonescas aguas ávidas de sangre.
No he osado bañarme en lagos límpidos, con hermosas cascadas, en las volcánicas islas de la Reunión, allá junto a Sudáfrica, ni en la isla de Sao Tomé, en el Golfo de Guinea, por la lógica prevención de enfermedades tropicales.
He nadado valiente, pero precavido, por aguas atlánticas de Mauritania, suficientemente alejado de la orilla, plagada de chacales y limitadamente profundo, alejado de los tiburones.
He remado por el verde Guadalquivir de la juventud, paseando en piragua o en skiff, bajo los puentes de mi querencia.
He pescado a mano, en las pozas de riachuelos, a riesgo de mordeduras de culebras y hecho la bomba en el río, con auxilio de una liana.
He intentado alcanzar el extremo de la cucaña, por el palo ensebado que surgía de una barcaza, en la sevillana fiesta de Santa Ana.
He nadado en albercas de riego, en las cálidas jornadas del verano sevillano.
He pisado charcas, pozas y acequias en safari de ranas.
De todos esos lugares, guardo un pequeño recuerdo de vida pasada,
Pero nada comparable, al dejarse llevar, en flotamiento fetal, en piscina límpida, tibia, relajante, mientras mi cerebro evoca, medita o aflora, ciencia, arte, biología, filosofía, historia y quereres.
He disfrutado el mundo, en largos alejamientos de mi querencia.
He disfrutado bellos paisajes, tenido hermosas aventuras humanas y conocido otras formas de vida.
Pero es en España, donde mantengo mis mejores momentos de felicidad y donde he disfrutado los mejores placeres.
Uno de ellos, es flotar en cuerpo y el alma por las dulces y tibias aguas de una solitaria piscina, o sentir las caricias de bulliciosas burbujas de un spa.
Nada mejor que la paz interior para estar feliz.
Porque, la felicidad, es sobre todo, una actitud ante la vida.
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