Unos viejos amigos, compañeros de mesa y mantel en hermosas veladas, pusieron fin a su matrimonio.
Tres maravillosas hijas, fueron espectadoras y víctimas directas de la ruptura.
El hecho en sí, no es más que un frío número en las estadísticas de fracasos de parejas en España.
Es el signo de una sociedad moderna, en la que se ha puesto en solfa el valor del compromiso, voluntariamente adquirido entre los miembros de la pareja.
Adentrados en el siglo XXI, el matrimonio, como institución básica de la sociedad, ha experimentado grandes cambios.
Para empezar, se ha regulado el concepto de parejas de hecho, se ha dado carta de naturaleza y amparo legal, a la unión de personas de igual sexo, aunque muchas personas, lamenten que la denominen matrimonio y finalmente, se han agilizado los trámites de divorcio.
Todo ello, coincide con una mayor libertad en general, la pérdida de influencia de la religión en la sociedad y la desaparición de muchos prejuicios que nos condicionaba la vida.
Una consecuencia directa, es una cierta banalización del compromiso del matrimonio, tal como se concebía.
Los fracasos matrimoniales, "fracamonios", les llamo yo, pueden estar justificados y no dudo que en muchos casos, signifiquen la liberación y la recuperación de la felicidad, la dignidad y la estabilidad emocional de muchos de los afectados.
Pero el fracaso, deja huella. Es una cicatriz que te queda en la piel de los sentimientos de por vida.
No es la primera vez que abordo este tema. En otros artículos como "Fotos cortadas" y "Alianzas de amor", ya me he referido a ello.
Tras la separación o el divorcio, queda el rictus del desencanto y plantea
entre la gente sensata, las razones del fracaso, las dudas del futuro y la necesidad de corregir los fallos en el próximo horizonte de vida.
Es frecuente, que tras una dolorosa separación de rencores encontrados y ajustes de cuentas emocionales, los actores del fracamonio, se odien para siempre.
No fue así en el caso de mis amigos. La historia tuvo un enternecedor, pero triste final.
Un cáncer arrimó la tragedia a la ex mujer y el ex marido, libre de cargas legales respecto a ella, demostró valores humanos.
No pudo olvidar que un día la quiso, o tal vez y a pesar de todo, la seguía queriendo.
No pudo, no supo o simplemente, no quiso olvidar el compromiso de solidaridad adquirido en el pasado, cuando asumieron "En la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe..."
Divorciados jurídicamente, pero unidos por los sentimientos de la historia, él la asistió, la reconfortó, y la acompañó hasta sus últimos momentos.
El cáncer arrancó la vida de su ex mujer de este mundo convulso, que remueve los valores humanos.
Queda la tristeza de la pérdida y la demostración, de que a pesar del fracamonio, el amor y la ternura son posibles
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