Balbuceaba mi infancia. Mis gestos y mis miradas, eran el lenguaje corporal previo al de las palabras.
Paulatinamente, hilaba sonidos hasta darles formas inteligibles.
Previamente, había dado mis primeros y dubitativos pasos.
Y de bebé, pasé a niño, luego a infante, adolescente, joven y finalmente a hombre.
Cuando era una potente realidad ascendente, hacía gala de una verborrea sin par, expresando emociones, contando chanzas, modulando ironías, envolviendo con mi inteligencia, a quien pudiera caer en las redes de la seducción, bien para encontrar un aliado, ganar un amigo o enamorar una preciosa joven, en el afán de la vida.
De mis labios salían sonidos alegres y tristes; de amores y rencores; de esperanzas y fracasos; de ternura, de rabia y en definitiva, de ser humano que intenta dominarse, cuajarse en adulto, caminar por los senderos del mundo y manifestarse en una espléndida realidad.
Tras años de marcha, recogiendo flores del camino, dejando jirones en las zarzas de la sociedad, desgastando zapatos y arrugando la piel y el alma, apenas pude desarrollar mi sensibilidad por el arte, en cualquiera de sus manifestaciones.
Nunca evolucioné con la pintura artística, ni con la escultura, ni con la música, bien cantada o instrumental. No pude elevarme en la sublime danza, ni en otra suerte de sensibilidad de las bellas artes.
Pero tenía imaginación y ganas de tener ganas.
Me auxilié de la fotografía y aprendí a cazar sentimientos, expresiones, gestos y arrugas de la vida.
En definitiva, me habilité para captar en imágenes, el alma de las personas.
En cierto modo, la óptica y la electrónica, eran dos bastones tecnológicos, para poder manifestar mi sensibilidad.
Con los años y a pesar del laísmo, el leísmo, los complementos directos e indirectos y toda la parafernalia gramatical de nuestra lengua, me dediqué a la escritura.
Como antes hiciera de niño, descubrí tarde, aunque la dicha haya sido buena, que tenía un gran vehículo para canalizar mi creatividad, mis sentimientos y mi intelecto: la palabra escrita.
Y empecé a encadenarlas para expresar mis ideas, acompasando experiencias, pasiones, sentimientos y emociones.
Me dí cuenta que no lo hacía mal y disfrutaba soltando un río de palabras, hacia el mar de la literatura.
Palabras de pasiones humanas, impregnando la vida de amor, soltando algún improperio, inyectando optimismo en las venas de la sociedad, señalando las contradicciones de nuestro mundo, increpando a los traidores de la bondad humana, a los violentos, a los desalmados.
Poniendo en solfa a quienes nos envuelven con sus sofismas o nos acechan a los humildes de corazón, como los predadores, lo hacen en las africanas sabanas, donde pacen los mansos de Dios.
Durante 8 meses, he largado al río de las palabras, 354 artículos, he llegado a más de 30 países, de todos los continentes y mi blog, ha tenido 10.000 entradas y 261,232 visitas de Google.
Gentes de todas las razas, de todas religiones, ricos y pobres, lúcidos, templados, descerebrados, fanáticos, dominadores y sojuzgados, ancianos, adultos y jóvenes, hombres y mujeres, honestos y malvados, tuercebotas, tricaprebendas, malandrines, sobalomos del halago, parias de la tierra quemada, emigrantes, manteros, tontos de puro buenos, santos de puro tonto, crédulos, hermosos, normales o desagradables de ver,... en definitiva, todos los arquetipos de la sociedad, han leído o han podido leer las ideas que salían de mi cabeza; los sentimientos que bullían del corazón y la prosa que revestía con mi alma poeta.
Han sido miles de expresiones, contenidas en un caudaloso, largo y profundo río de palabras.
Con sus incipientes aguas cristalinas, bajando de las frías montañas; sus rápidos, sus remansos, a veces traicioneros, sus saltos de agua, moviendo ancestrales molinos, produciendo energía,
y absorbiendo contaminaciones en forma de miserias humanas.
Un río noble, que ha permitido la navegación de los sentimientos y los saltos de liana al chapoteo de la alegría.
El río de mis palabras, no ha permitido la pesca en aguas revueltas, pero ha enamorado a quienes las han leído en la orilla de su querencia, en la almohada de su descanso, en la nube de sus sueños o bajo la sombra del árbol de su vida.
El río de mis palabras, ha hundido en su fondo las palabras del rencor, de la desesperanza y de la maldad. También, ha ofrecido en sus plácidos remansos de la orilla, la alegría, la ternura, la sabiduría y la ironía, a las almas sensibles que han mojado en él sus manos, para capturar mis palabras como florecillas surgidas del agua.
Sé que no he dejado indiferentes a los lectores, especialmente a mis 23 fieles y desconocidos seguidores
Pero el río de las palabras, ha llegado a su fin, pues ha desembocado en el mar abierto, a la inmensidad de sus aguas, al viento desenfrenado y al oleaje que reta la valentía de los seres humanos.
Mis palabras seguirán fluyendo mientras tenga vida, ilusión, nobleza que transmitir y sentimientos para emocionar a los lectores.
Pero a partir de ahora, lejos de los límites del cauce de la tierra.
Ayer paseaba a pies desnudos, pantalones cortos y pecho precavido, por las arenas de la playa.
Marchados los turistas de aluvión, quedábamos junto al mar, los de siempre, en la paz del preludio del otoño.
El mar y el cielo, se fundían en un horizonte de verdosa bruma y más allá de la línea perdida, bajo las procelosas aguas que me propongo visitar con mis palabras, nadan tiburones, cetáceos e incluso calamares gigantescos, asiduos de las profundidades de nuestras aguas.
Las mismas que acogerán en su seno, las palabras de prosa poética que han de enamorar a quienes quieran quererme.
Una vida intensa y llena de vivencias para recordar.
ResponderEliminarQue bonito Miguel
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