Tenía los ojos cargados. Una preciosa historia de amor, me había emocionado.
Apagué el televisor.
El silencio pesaba en el ambiente, esperando las campanadas del viejo reloj de péndulo, para romper el momento.
El silencio pesaba en el ambiente, esperando las campanadas del viejo reloj de péndulo, para romper el momento.
Sorbido el último trago de té, aún con dolor de cabeza y en la soledad del nido vacío, estaba frente al teclado, con ganas de evocar recuerdos.
Pero no quise mirar viejas hojas de calendario.
Me centré entonces, en mi reciente paseo a pies desnudos, por la playa de siempre.
Huidos los invasores del exterior, los lugareños reconquistamos nuestro familiar espacio de compartida serenidad.
La verde bandera al viento, abría las aguas a los valientes del baño cantábrico.
Las damas lagartijas, tostaban sus epitelios arrimadas al muro sin viento.
La inmensidad del arenal en marea baja, invitaba al paseo y a las confidencias de mar.
Una manada de bípedos, recorríamos la playa. Las lenguas del mar fenecían contra la dorada y fina arena.
Los luminosos reflejos acuáticos de los paseantes, recordaban pinturas sorollianas.
La verde bandera al viento, abría las aguas a los valientes del baño cantábrico.
Las damas lagartijas, tostaban sus epitelios arrimadas al muro sin viento.
La inmensidad del arenal en marea baja, invitaba al paseo y a las confidencias de mar.
Una manada de bípedos, recorríamos la playa. Las lenguas del mar fenecían contra la dorada y fina arena.
Los luminosos reflejos acuáticos de los paseantes, recordaban pinturas sorollianas.
Numerosos solitarios, paseaban hacia el horizonte, cada cual con su silueta, atuendo, andares y pensamientos.
No faltaban parejas de amor y trirejas o cuatrirejas de amistad, algún niño y fallidos jinetes de la espuma, a tabla parada por olas sin fuerza.
Mi mirada de fotógrafo, cazaba las imágenes de los compañeros de marcha.
Escrutaba el zoo humano, captando los detalles de cada cual.
Había desarrollado mis dotes de observación, sacando al menos, 10 conclusiones de cualquier fotografía de prensa y ahora. estaba preparado para captar cada detalle.
Una anciana pareja renqueante, se apoyaba entre sí, para no caerse. Una encantadora anciana, se paseaba bajo el suave calor de un sol cobarde, luciendo una sombrilla, tal vez, huida de la época victoriana.
Una renegrida hija del sol y del gimnasio, lucía abdominales con escasa femineidad.
Un saco de colesterol, con falso brillante umbilical, paseaba al viento su pamela con fingida distinción.
Una renqueante mujer, había sacado a pasear su muleta.
Un saco de colesterol, con falso brillante umbilical, paseaba al viento su pamela con fingida distinción.
Una renqueante mujer, había sacado a pasear su muleta.
Un viejo calendario, cojeaba la orilla, al sonido del mar y de sus desgastadas articulaciones.
Un vientre preñado, recibía valiente la brisa marina, mientras más arriba, su faz, mostraba exultante la belleza de la felicidad.
Tres apretones de manos en la orilla y dos saludos en la distancia, marcaron el regreso a casa.
Allí tenía una cita conmigo mismo y otra caliente taza de té.
Córdoba, Alicante y Ginebra, me habían usurpado provisionalmente los seres queridos de mi vida, mientras yo estaba con mi soledad.
Pasada la noche y amanecido un nublo día, nos alcanzó el otoño.
Paseé nuevamente por la playa, en un lunes de escasos paseantes y en un mar plano como una balsa de aceite.
Un barco velero jugaba con el horizonte y la sensación de bienestar fue realmente reconfortante.
En tierra, la silueta del Casino del Sardinero, el pequeño cabo, con los jardines de Piquío y la península de la Magdalena, con su Real Palacio, me recordaron el privilegio de vivir en este maravilloso entorno.
Pasada la noche y amanecido un nublo día, nos alcanzó el otoño.
Paseé nuevamente por la playa, en un lunes de escasos paseantes y en un mar plano como una balsa de aceite.
Un barco velero jugaba con el horizonte y la sensación de bienestar fue realmente reconfortante.
En tierra, la silueta del Casino del Sardinero, el pequeño cabo, con los jardines de Piquío y la península de la Magdalena, con su Real Palacio, me recordaron el privilegio de vivir en este maravilloso entorno.
Días de paz; de silencio; de introspección; de lectura, de escritura y nostalgia.
Cierro ahora este artículo, con fotografías de mis paseos y con un vídeo con la emotiva canción montañesa: Santander, la Marinera
Santander, la Marinera
Paseando por tus calles
encontré un son de habanera.
Quizás la perdió un soldado
que de Cuba regresó.
Se me enredó en la memoria,
me hizo un tiempo compañía.
Y una racha de nordeste (bis)
a tus calles devolvió.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca,
y un jilguero en el balcón.
Me tienes a ti atrapado
en una red invisible,
trincada al barrio pesquero
y a San Martín de la Mar.
Siempre regreso a tu brisa,
a la luna en la Bahía.
Y por lejos que me encuentre (bis)
tu faro siento brillar.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca
y un jilguero en el balcón.
Hay dinamita en tu entraña
y trajinar de los muelles.
Viento sur enloquecido
y una blusa azul de mar.
En Puertochico te espero
frente de Peña Cabarga.
Ponte el pañuelo encarnado (bis)
y vamos a pasear.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca
y un jilguero en el balcón.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca
y un jilguero en el balcón.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca
y un jilguero en el balcón.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca
y un jilguero en el balcón.
Santander la marinera
es la que más quiero yo.
La que tiene azul el alma
y al viento en su corazón.
La que crió a Sotileza,
la del hablar cantarina.
En el tendal ropa blanca
y un jilguero en el balcón.
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