Tengo un alma joven en un cuerpo viejo. Mi corazón se cansa, las fuerzas me abandonan y mi frescura intelectual se agota. Sin embargo me río, siento alegría y mantengo la curiosidad por los caminos de la vida.
Tengo intactos mis sueños y aún ansío pisar tierras lejanas. Pero el mundo es muy grande y mi tiempo mengua inexorablemente.
Ya he roto mucha maletas por hermosas rutas y veredas; he pisado barro, alfombras de seda y me he sumergido en multitudes extrañas, pero no es suficiente.
Conservo con cariño y nostalgia, arenas de muchas partes del mundo pisado y vivido. Cada muestra, es un recuerdo y tiene una historia y cada grano de arena, es un suspiro lejano o un latido hermoso.
Ahora también viajo siguiendo los paseos de mis hijos por el mapamundi. Poco a poco, acumulo arenas arrancadas a los paisajes de muchos horizontes y esto me produce una gran satisfacción personal.
Me he convertido en un coleccionista de arenas y aunque resulte extraño, somos muchos los ciudadanos del mundo que compartimos esta afición.
Cada uno de nosotros tenemos diferentes motivos. Unos ansian poseer arenas de todos los paises; otros, buscan puntos geográficos singulares, colores o composiciones geológicas curiosas.
Disponemos de redes de aficionados para intercambiar nuestros pequeños tesoros personales.
Soy muy selectivo con mi colección. No busco acaparar muestras, sino interés concretos, como islas hermosas o con leyenda; estrechos que abren las aguas a los barcos de grandes travesías; playas famosas del mundo; composiciones geológicas especiales; restos de foraminiferos, lugares de trascendencia histórica, lava de volcanes, arenas de desiertos o de grandes rutas.
Tengo arenas negras, blancas, verdes, azules o rojas; arenas coraliferas, o de lugares inaccesibles, de las rutas del tráfico de esclavos, de la seda, de islas lejanas de piratas del Caribe o de los mares del sur; de las playas del desembarco de Normandía o de los viajes de intrépidos navegantes, como Colon, Vasco de Gama, Juan Sebastián Elcano o el Capitán Cook.
También tengo lava de volcanes emblemáticos del mundo, algunos de ellos en frecuente erupción, como el Pitón de la Fournaise, que yo mismo visité entre dos erupciones, allá en la isla de la Reunión.
Paulatinamente, me hago de rarezas del mundo y al tenerlas en mi mano, me transporto a lugares lejanos y sueño viajes, leo costumbres, aprendo geografía, historia, economía y por supuesto algo de geología.
Recogí una magnífica arena de olivina en una playa de la Reunión. Esta arena se forma por la explosión de la lava incandescente al tocar las frías aguas del mar. Aquél aciago día, un tiburón buldog, arrancó la pierna de una joven adolescente, que tenía toda una vida por delante y murió desangrada. Cuando mis dedos juegan con aquella arena, se agolpan en mi cabeza la curiosidad geológica y la tragedia que truncó la felicidad de una familia.
En cierto modo, viajo a mi manera, por un mundo convulso y hermoso. No es una inversión de futuro, sino tiempo de amor, curiosidad y entretenimiento. Son largas tardes lluviosas refugiado tras los cristales del hogar, disfrutando del placer de aprender y de la tranquila vida de jubilado.
Es en el calor de hogar, cuando agrando la colección de arenas, obtengo información sobre su composición, los hechos trascendentes que se vivieron en ella, la singularidad de su ubicación, la flora, la fauna y la idiosincrasia de sus habitantes.
Las playas de Normandía, evocan la sangre derramada por la libertad de Europa. La isla de Santa Elena, el ocaso y muerte de Napoleón Bonaparte. Las arenas de las pirámides, la misteriosa cultura de los faraones; la ruta de la seda, los viajes de Marco Polo. Las playas de la isla Pitcairn, el famoso motín del Bounty. La lava del Vesubio, la tragedia de Pompeya y así un largo caminar por las sendas de la historia y la imaginación.
Viajo en persona, en el corazón de mis hijos y en la virtualidad que me proporcionan los libros e internet.
Cada dia, ensancho mis conocimientos, mis sueños y mi corazón. Sé que al final del camino, dejaré todo en mi último viaje sin retorno. Pero habré disfrutado, comparando por ejemplo, en una conjunta visión arena de todos los desiertos del mundo: El Sahara, el Gobi, Atacama, ..., todos los desiertos, todos los colores y todas las peculiaridades de un mundo imposible de abarcar.
No, coleccionar no es para mi un impulso de acaparamiento sin sentido, sino una forma, dada mi afición, de conocer, sentir y amar, un mundo diverso, hermoso, cruel y maravilloso, que no me pertenece y del que tan solo soy un grano de arena de su inmensidad.
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