Es invierno. Los árboles están desnudos y el frío pide vida de hogar. Pero ya se intuye la primavera. La mimosa ha florecido e inunda de oro vegetal mi jardín y las yemas de los camelios revientan, abriendo sus colores a mis ojos ansiosos de alegre belleza.
El sol se abre paso entre las negras nubes que, a veces, lloran el agua sobre nuestros verdes campos y los pájaros, se alborotan porque ya intuyen amores en el aire y huevos en los nidos.
Y en esto que salté atrás en el calendario y me vi en la niñez. No estaban permitidos los carnavales. La dictadura nos hurtaba la alegría de los disfraces. la imaginación, la locura y el esperpento, pero no los echaba de menos, por no conocerlos.
Ajeno al ingenio y a la chufla gaditana; a la misteriosa elegancia de las máscaras venecianas y a las sensuales caderas mulatas de Río de Janeiro, mi ilusión era el 19 de marzo.
La festividad de San José marcaba el inicio de una gran ilusión: la eclosión de los huevos de gusanos de seda y la recolección de morera para alimentarlos. Era una fecha marcada de rojo ilusión en mi calendario mental.
Mientras miraba mis cajas de zapatos con los minúsculos gusanos de seda, los pájaros en la calle mantenían un jolgorio de vida y alegraban las dulces mañanas sevillanas.
En aquella época, ningún idiota reclamaba el silencio de las campanas, pues sus tañidos eran sones de identidad cristiana y sonaban a gloria. El replicar de los bronces inundaban las ciudades para satisfacción colectiva.
Ignorábamos que décadas más tarde, unos imbéciles de mala baba, intentarían ahogar desde la política, los sones que alegraban nuestras vidas.
Pasaron muchos años y aún en la madurez, reviví con nostalgia y amor, la cría de gusanos de seda. Esta vez, lo hacía para satisfacción y curiosidad de mis hijos, pero era yo, quien más disfrutó aquello.
Tuve acuarios y crié canarios y aunque era adulto, disfrutaba como un niño con aquella vida en miniatura.
Una amiga francesa, a la que quiero como una hermana, me recriminó que criara pájaros en cautividad. Mi participación en el concurso nacional de canto de pájaro timbrado español, fue un sonoro fracaso, pues los pájaros desafinaban tanto como yo.
Regalé entonces las jaulas y los pájaros, quité los acuarios y no volví a criar animales, hasta que puse un gallinero en el jardín. Eran ocho gallinas venían tras de mí como si fuera el líder del grupo.
Hoy, sin gusanos de seda, sin pájaros, sin peces ni gallinas, alimento las aves silvestres de mi entorno. Me siento feliz viéndolas volar en libertad. No las persigo ni las aprisiono, tan sólo disfruto del milagro de la vida.
Dentro de pocas semanas, la primavera nos ofrecerá sus colores y si Dios quiere, disfrutaré una vez más del canto a la vida.
Es invierno, pero ya está aquí la primavera. ¡Viva la alegría de vivir!
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