Los viejos de hoy, nos educamos en una sociedad donde primaba el esfuerzo y la dignficación por el trabajo.
Sólo aprobaba los exámenes quien realmente sabía y lo demostraba. Éramos jovenes recios, con pocos medios, pero cultos y felices.
Aparte de la cualificación académica, nos formaban en valores. Es cierto, que en ocasiones, eran conceptos trasnochados, pero en general, nos enseñaron a respetar y a ser respetables.
Nos inculcaron unas normas básicas de educación, urbanidad y convivencia, que hoy día, se han relajado, diluido u olvidado, lo que a mi juicio, es lamentable.
No nos permitían permanecer apoyados en la pared y mucho menos, hacerlo con los pies.
No nos entrometíamos en las conversaciones de los mayores y por supuesto, nos dirigíamos a ellos y a los desconocidos, sin tutearlos.
Dejábamos pasar a las personas mayores y a las señoras, cediéndoles el asiento llegado el caso. También les recogíamos y les llevábamos los paquetes.
No hablábamos a gritos; no interrumpíamos conversaciones, respetando los turnos de intervención; no reíamos en exceso e injustificadamente, ni decíamos tacos, ni blasfemábamos.
Manteníamos posturas correctas, nuestra presencia física era pulcra, estábamos bien aseados y no hacíamos gestos ordinarios.
Sabíamos el arte del silencio y la discreción; conocíamos las personas por su nombre y no por su apodo y sabíamos cuándo debíamos ausentarnos de una sala.
Sabíamos respetar a los demás porque nos respetábamos a nosotros mismos.
Nos enseñaron pautas de prudencia, moderación y equilibrio.
Nos inculcaron urbanidad en el seno familiar y en la escuela nos la reforzaron con los libros de urbanidad.
Con los años, he perdido parte de aquellos principios que aprendí por rancios y fuera de ambiente, en los tiempos que corren. Pero conservo los que considero básicos para una buena convivencia.
Nunca podré permanecer sentado mientras alguien me habla de pie o un anciano o una señora no puede sentarse por falta de asiento.
Nunca pasaré delante de personas mayores que yo o de cualquier dama.
Nunca permaneceré con la cabeza cubierta en un local cerrado.
Nunca hablaré con la boca llena, ni haré globos de chicle y menos delante de otras personas.
Hay muchos "nuncas" en mi vida, fruto de una educación firme y austera de mediados del siglo XX y por supuesto, estoy orgullosos de ello.
Estas costumbres diferencian a muchos universitarios de ahora, con importantes conocimientos técnicos, pero en muchos casos, sin saber comportarse, de los que desarrollamos nuestro trabajo sin ordenadores, teléfonos móviles y otros aditamentos de la vida moderna.
Quiénes íbamos a la universidad con chaqueta y corbata; usábamos máquina de escribir y papel de calco y cedíamos el asiento somos los últimos "Viejo España"
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