martes, 1 de agosto de 2017

Viajar es un peligro

No crea el lector que soy remiso a viajar. Antes al contrario; soy un apasionado de pisar tierras remotas, donde cambian los paisajes y el paisanaje.

Romper mochilas durante el camino, es una gloriosa aventura que rejuvenece, hace amigos, impregna el pensamiento, satisface curiosidades, abre mentes y sencillamente, emociona.

Pero la gran aventura de vivir, entraña sus riesgos y el viajero debe ser consciente de ello. Viajar sí, exponerse alocadamente, no. 

Siempre es prudente evaluar los riesgos, prever lo que razonablemente sea posible y en caso necesario, disponer de medidas que atenúen o neutralicen los problemas del camino.

Cuando se pretende viajar a un país extraño a nuestro entorno socio económico y cultural, hay que medir muy bien los pasos.

Es aconsejable visitar la página ad hoc que publica el Ministerio de Asuntos Exteriores sobre el país de destino, e incluso, inscribirse en una lista de viajeros, para que las autoridades puedan ayudarnos en caso de problemas graves: terrorismo, secuestro, accidente grave, desastres naturales, etc.

Igualmente, es necesario consultar a Sanidad Exterior, las precauciones sanitarias que deben adoptarse y por supuesto, ponerlas en práctica.

Hay que escoger compañías aéreas que ofrezcan garantías de seguridad, prever posibles complicaciones sanitarias en largos desplazamientos en avión, cuidar el equipaje, evitar llevar drogas, e incluso medicamentos que puedan estar prohibidos en el país de destino y algo muy importante: ser muy precavido con el transfert desde el aeropuerto al hotel; especialmente, si se llega de noche y se viaja sólo. Éste es un punto crítico que muchos viajeros no consideran.

No hablaré en este artículo de la protección solar, de la ingesta de agua y alimentos, de los mosquitos o de la prevención de enfermedades tropicales. Sí de otros peligros que se suelen minusvalorar.

El viajero debe saber, que en ciertos países, tiene los mismos riesgos que en su país de origen, pero mucho más acentuados y además, con pocos medios para corregir sus graves consecuencias.

Los accidentes de tráfico rodado, los vuelos internos con flotas de aviones obsoletas y sin mantenimiento, los barcos y los trenes sobrecargados de viajeros,..., son una fuente importante de riesgos. 

La asistencia sanitaria, es en muchos casos deficitaria, por no decir inexistente y una simple fractura ósea, es ya de por sí un grave problema.

Hay otros imponderables: posible presencia de serpientes, tarántulas, escorpiones y otras alimañas en habitáculos donde a priori, puedes sentirte medianamente seguro. Y hablo por experiencia propia.

En Europa, nuestros agentes del orden, son servidores públicos fiables en los que los ciudadanos podemos confiar. Sin embargo, en terceros países, a veces son ineficaces y en numerosas ocasiones, constituyen en sí mismo una fuente de inseguridad.

No me refiero a todos los países ni a todos los cuerpos del orden, pero hay agentes corruptos que exigen dinero, extorsionan y secuestran para pedir un rescate. He vivido algunas situaciones en países concretos, pero no es cuestión de hacer aquí listas negras.

Muchos turistas, acuden a lugares peligrosos sin el adecuado equipamiento y sin saber cuáles son las precauciones mínimas que deben adoptarse.

Cuido mucho mi seguridad personal y a pesar de ello, cometí imprudencias que me pusieron en un riesgo cierto. 

Estar en el borde del cráter de un volcán en erupción sin protección personal,, escalar una pared a pie desnudo sin la suficiente preparación física y técnica o acercarme en exceso a una venenosa serpiente australiana, son errores que nunca debí cometer.

Muchas veces, las autoridades de un país, con el fin de mejorar su economía, ofrecen aventuras peligrosas a los turistas, sin medir sus consecuencias.

El turista occidental, olvida los riesgos cuando realiza una marcha a pie por una sabana, atraviesa un desierto, sube a un volcán, nada entre tiburones o se adentra en selvas o terrenos pantanosos.

En los últimos años, han muerto turistas por accidentes con aviones sin mantenimiento, por trenes descarrilados, barcos hundidos, atentados terroristas, ataques por animales, etc. 

Recientemente, un elefante ha matado un turista español en Etiopía. Precisamente, el último país que he visitado. La verdad es que no me ha extrañado el luctuoso acontecimiento.

Durante mi estancia en aquél país, un fotógrafo español, pretendía dormir al cielo raso en una reserva de animales salvajes, expuesto a la acción de leones, hienas y leopardos, fundamentalmente.

Semanas más tarde, el turista fallecido, se había acercado excesivamente a una manada de elefantes para hacer una foto. El macho dominante, le atacó para defender dos crías que se encontraban muy cercanas al infortunado viajero.

Le pasó seguramente, por no conocer el comportamiento animal, lo que incluye el lenguaje corporal de las especies salvajes.

La noticia ha ocupado las páginas de prensa durante dos días. Los familiares del fallecido, le recordarán toda su vida con tristeza y los turistas, nos olvidaremos del caso y seguiremos pisando charcos por el mundo, para entregar nuevas vidas al destino.

          "Viajar sí, pero con conocimiento y con prudencia".    













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