Gran aficionado a la fauna salvaje, aprendí a diferenciar los elefantes africanos de los asiáticos; su carácter matriarcal, su gran memoria y longevidad.
También, por mi profesión, supe que las vascularizadas orejas, son un sistema termorregulador muy eficaz, que tienen un sistema de amortiguación en sus patas y que un elefante tendido en el suelo, acaba asfixiado víctima de su gran peso.
Con mis lecturas, supe la hazaña de Almilcar Barca cruzando los Alpes al frente de su ejército en una caravana de elefantes y también, la estupidez humana, matando por placer o ambición estos bellos animales.
Más recientemente, asistimos a la erradicación del uso de animales en los circos y a la corriente cada vez más intensa, de aliviar los trabajos forzados de los elefantes asiáticos.
Mi primera experiencia real con estos animales, fue la inspección de un circo en Cantabria, para certificar el estado de salubridad y seguridad de estos animales.
Más tarde, en el Parque natural de Cabárceno, tuve ocasión de ofrecer melones enteros a los elefantes africanos criados en régimen de semilibertad.
En el Museo de Historia Natural de Nueva York, se exponen sendas manadas disecadas de elefantes africanos y asiáticos, para acercar al gran público la majestuosidad de estos animales. Obvio decir, mis sentimientos encontrados, ante la oportunidad de ver aquellos animales y el hecho previo y necesario de su abatimiento.
En noviembre de 2016, vi muy de cerca elefantes africanos salvajes, sintiendo una tremenda emoción en esos momentos.
En marzo de 2017, se me saltaban las lágrimas de emoción y alegría, cuando monté con mis amigos Ana y Álvaro en un elefante de Camboya.
Acariciar la áspera piel de aquél elefante y vislumbrar el mundo desde su altura, me inspiró ternura y poder. Pero pronto me sentí inseguro.
El guía descendió del animal y me cedió su lugar sobre el enorme cuello del animal. Éste, supo rápidamente que no sabía mandarle y se paró ante un árbol para comer sus hojas.
Los monos del árbol se excitaron súbitamente, volviéndose agresivos. Tenía mi cara a menos de un metro y sentí miedo. Por un momento, pensé en tirarme al suelo para evitar un mal mayor, pero afortunadamente, todo quedó en un susto.
Desde aquél día, sentía la necesidad de montar nuevamente en elefante. Por ello, había previsto esta posibilidad en Sumatra.
En primer lugar, mis amigos y yo, pudimos relacionarnos con ellos de una forma dulce y alegre.
Bañarnos con ellos en el río, restregar con cepillo su rugosa piel y acariciar su larga, musculosa y prensil trompa, fue una experiencia única. Fue emotivo contemplar la satisfacción de los animales y las miradas casi humanas que nos dedicaron.
Terminada la faena, les dimos trozos de caña de azúcar y bananas. Los más pequeños, intentaban "robarnos" la comida de las manos, dando clara preferencia a los bananos.
Los paquidermos agradecieron nuestro cariño con sus trompas, mediante reiterados baños de agua del río.
Tras ensillar tres elefantes adultos, el guía nos dio un larguísimo paseo por la selva. Tuvimos que atravesar en tres ocasiones un ancho cauce de río no excesivamente profundo, si bien en una ocasión, creí que este podría engullirnos y temí por mi cámara de fotos.
Atravesamos una densa selva, subimos colinas escarpadas por senderos de resbaladiza arcilla y descendimos pronunciadas cuestas que me hicieron temer algún percance.
Sin embargo, todo transcurrió con normalidad. Aparentemente, no había sanguijuelas ni mosquitos, pero sí moscas como tábanos, de molesta picadura.
Difícilmente podía volverme para fotografiar los compañeros que nos precedían o seguían en aquella fantástica caravana.
Debía vigilar para evitar arañazos en las extremidades provocados por lianas espinosas. Una vez, hube de evitar una gruesa liana en forma de lazo, que encontré de frente junto a mi cuello, sin más trascendencia.
Descendimos junto al río de nuestras cabalgaduras tensos y cansados por el viaje, pero nuestra cara reflejaba alegría y felicidad.
No sería la última aventura en el río. Aquella tarde, descendimos por sus aguas haciendo un prolongado tubbing.
Consistió en flotar sobre media docena de cámaras de camión atadas entre sí, viajando río abajo, con ayuda de sendos palos, que no remos, sin salvavidas y sin tener las mínimas normas de seguridad.
Nos detuvimos e la salida de un pequeño río y nos dirigimos a pié hacia una cascada, donde comimos en un ambiente digno de la película "El lago azul", pero menos.
Durante el trayecto, caí reiteradas veces sin consecuencias, pues mis escarpines resbalaban sobre el verdín de las rocas y Álvaro, tuvo que arrancarse algunas sanguijuelas de la cara.
De vuelta a la balsa, "navegamos" bajo una intensa lluvia tropical. El río creció súbitamente, en profundidad y anchura y la corriente nos arrastraba. Debíamos cruzar el río y desembarcar en la margen izquierda según se bajaba. Conseguimos nuestro propósito a duras penas y con disimulado miedo, pero más allá del lugar deseado y previamente convenido.
Pudimos regresar al hotel en la abierta caja de un camión. Íbamos de pie y al grito de rama viene, nos agachábamos para evitar que éstas nos golpearan.
Finalmente, llegamos al bungalow de la selva donde nos alojábamos, agotados, entumecidos y felices. Habíamos tenido experiencias únicas y sobretodo, habíamos sentido la aventura de vivir intensamente. Nada parecido a las confortables y monótonas horas de sofá en mi casa.
Me he sentido extraño, escribiendo ésta crónica tropical, soportando los primeros fríos del otoño suizo, al pié del Montblanc. La vida es hermosa, allá donde nos encontremos, solo con el privilegio de respirar lenta y profundamente trece veces por minuto.
Nota del autor: no dispongo de fotos del descenso en tubbing por no arriesgar la integridad de mi cámara. Las fotos que aparecen en elartículo, han sido obtenidas de otras experiencias habidas en el mismo río y ya publicadas en internet
ELEFANTES AFRICANOS DISECADOS. MUSEO DE HISTORIA NATURAL. NUEVA YORK
TANZANIA
CAMBOYA
SUMATRA
Ufff que pasada pero que miedo..ahora disfrutó viendo las fotos un montón y tu redacción del viaje como si te estuviéramos viendo tus viviendas.Un abrazo.
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