Pasadas décadas de vida; llegada la jubilación y con tiempo de libertad, sentí la "llamada de las letras". Tenía la madurez de la experiencia; la imaginación de la juventud; el corazón aún caliente y muchas vueltas de reloj.
Liberaba la mente; oía el corazón y tecleaba sentimientos, que fluían a ráfagas; desordenadamente; apasionadamente; felizmente.
Era simple la receta: pizca de ironía; sonrisas con picardía; apuntes de nostalgia; euforia en rama; mijita de mala uva; suspiros picantes; aromas de misterio y una jartá de bondad
Verdades sin anestesia; sin diplomacia; sin medir las consecuencias. Neuronas desnudas; pensamientos al viento; miedos que se van; senderos en el mapa de la vida; siluetas presas en los ojos; alma sentimental; vida transparente.
Palabras que cortan el aire; exhalan pasión; dan ternura y zahieren conciencias. Exabruptos que sobresaltan; medias palabras que inquietan; sinceridad que desconcierta.
Imaginación que sorprende; verbo barroco con aromas del sur; mensajes directos, con sobriedad castellana.
Sin normas, por no conocerlas; alma que vuela donde la lleva el viento; donde la atrae el paisaje; donde el amor susurra ternura, amor y besos.
Desconcertante; imprevisible; un verso libre; palabrero de rico vocabulario; inventor de historias; soñador de la vida; esclavo de sus contradicciones; caminante sin brújula.
Así soy yo; sólo un ser humano; imperfecto e irrepetible; un "artesano de la palabra", que "escribe lo que piensa"; que no "piensa lo que escribe" y lanza dardos de sentimientos, directo al corazón
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