El regreso de Chitwan a Kathmandu fue penoso. El camino era relativamente corto, pero infernal y peligroso.
Hicimos una parada para ver un puente colgante y estirar las piernas.
De nuevo en ruta, observé un método de transporte animal muy típico en Asia y África.
Ya en Kathmandu, aproveché para hacer las últimas compras. Compré tela marrón y azafrán, como la de los monjes budistas. Para ello, subí por un tétrico edificio de estrechas escaleras que podía ser una insegura ratonera. Conseguí mi propósito y de paso, fotografié la mano del que cortó mi tela. Merece la pena verla.
Volví a la tienda de un avispado vendedor que intentó venderme colgantes de hueso de yak a precio de caviar, pero se avino a razones y le compré bastantes cosas. Me dijo que me había apreciado como persona. Fue el mejor halago que pudo hacerme. He aquí la foto de su tienda y mi foto con él. Algún día le veré, si vuelvo, como espero, a Kathmandú.
Visitamos entonces un precioso parque botánico, que era un florido paraíso en medio del caos de la ciudad. Serviría de solaz descanso antes de despedirme de Kathmandu.
Volamos luego a Delhi y desde allí a España. Nuestra gran experiencia por India y Nepal, había terminado. Nos quedan los recuerdos y el firme propósito, de volver a esta lejana y maravillosa forma de vida.
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