Primero fueron los sueños, luego el amor y la pasión. Un porvenir resuelto, unos hijos venidos, los llantos de infancia, la rebeldía de la juventud y finalmente, el síndrome del nido vacío.
El climaterio o la pérdida del vigor masculino, la añoranza, los achaques, los nietos, y poco a poco, el declinar de unas vidas que se apagan lentamente, sin poder evitar el declinar por la pendiente, hasta quemar nuestras alas de mariposa, en las llamas del ocaso.
Un día, la enfermedad llama a tu puerta y comprendes que es hora de despedirse. Haces tu equipaje de mano, recorres si puedes, cada habitación de tu hogar y se te agolpan en un instante, los recuerdos de una vida: los amores, los afanes; las derrotas; las decepciones; las alegrías y la firme determinación de ser feliz, a pesar de los obstáculos del camino.
Todo esto ya es pasado. Ahora, con la incertidumbre del presente y el temor de no tener futuro, aprietas los labios e intentas retener las lágrimas, para no causar pena en tus seres queridos.
Sabes que te vas para siempre, pero disimulas para no agobiar tu familia. Saben que se acaba tu tiempo y lloran tras la puerta, mientras te sonríen a duras penas.
Antes de marchar definitivamente, echas tu última mirada, vuelves la espalda y oyes como se cierra la puerta que nunca más franquearás.
Con el alma desgarrada y con miedo al camino, entras en un hospital en el que sabes que saldrás inerte y para siempre.
Historias que se repiten por doquier y cada día, en muchas razas, idiomas y países, que sólo confirman, que la vida es un suspiro y que la tierra no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la tierra.
Varias veces, he sido un triste espectador de esta secuencia, llorando tras la puerta la marcha de un ser querido. En todas las ocasiones, he percibido la última mirada al hogar de toda una vida.
Algún día, sabré que ha llegado mi hora, oiré los sollozos tras la puerta y sonreiré para paliar las penas de mis seres queridos. Realizaré entonces la última mirada y comprenderé entonces, cuánto tiempo he perdido en ser feliz, en irradiar felicidad y en apurar cada bendito segundo del maravilloso espectáculo de la vida.
Pero ya entonces, sólo podré pedir una muerte digna y asirme con fe a la posibilidad de una nueva vida, libre de las miserias terrenales.
Doy gracias al Creador, por cada día de mi existencia y solo pienso en llevar al final del camino, un saldo positivo de mi paso por este mundo, antes de que se produzca, mi última mirada
No hay comentarios:
Publicar un comentario