Oigo las versiones originales de Bailando con lobos y de Leyendas de pasión. Películas de gran belleza, que emocionan con sus desgarradoras historias en un mundo agreste, allá en el frío paisaje de Norteamérica.
Estoy en Suecia, país que enamora por sus paisajes y sus gentes, al que acudo frecuentemente, pues tengo en él amistades entrañables.
Vuelvo ya a España y siento alegría por regresar a casa, a mi querencia natural, a mi rutina, a mi idioma y a mis seres de sangre compartida. Pero también me invade la pena del adiós, aunque sé que es más "un hasta luego", pues los verdaderos sentimientos, no se olvidan en la distancia.
Durante mi estancia en Suecia, he vivido muy gratas y variadas experiencias, desde el sur al norte del país, incluyendo el avistamiento de fauna salvaje, granjas de renos, auroras boreales, paseos a caballo por la nieve, paisajes sobrecogedores, conciertos, hermosas fiestas navideñas y sobretodo, momentos de gran camaradería, de una amistad forjada en las inhóspitas arenas del desierto del Sahara, hace ya casi cinco décadas.
Aún no conocía el invierno sueco y temía el frío extremo y los largos periodos de obscuridad.
Cuando llegué a Göteborg, vi una ciudad sumergida en la oscuridad de la noche, pero con una luminosa decoración. Un concierto de música navideña en la estación de autobuses, inundó mi alma de alegría y fue el preludio de lo que sería una feliz estancia en estas tierras.
Ya en Lysekil, me sentí en casa. Divisaba su bahía desde mi habitación, que reflejaba en sus aguas las luces de los barcos y de la ciudad.
Destacaba en su silueta la iglesia luterana, que se erguía hermosa, clavando en el cielo, la luz de su reloj. Disponía de una cafetería en la propia sala de culto, a modo de "ambigú religioso", donde ofrecían "glogg" a los asistentes, una dulce bebida caliente, servida con pasas y almendras, para templar los amedrentados cuerpos por el frío ambiente exterior.
La decoración luminosa, era un tanto peculiar, a ojos de un católico, pero se respiraba paz y fervor. Un coro interpretaba maravillosas canciones navideñas e intuí un pueblo culto y equilibrado, pero ajeno a las pasiones y las alegrías de los pueblos del Mediterráneo.
Terminado el concierto, una bofetada de frío me devolvió a la realidad del invierno y agradecí posteriormente el fuego de una chimenea, con sabor a hogar. Iniciaba así, una larga aventura de invierno que relataré en los siguientes capítulos.
Estoy en Suecia, país que enamora por sus paisajes y sus gentes, al que acudo frecuentemente, pues tengo en él amistades entrañables.
Vuelvo ya a España y siento alegría por regresar a casa, a mi querencia natural, a mi rutina, a mi idioma y a mis seres de sangre compartida. Pero también me invade la pena del adiós, aunque sé que es más "un hasta luego", pues los verdaderos sentimientos, no se olvidan en la distancia.
Durante mi estancia en Suecia, he vivido muy gratas y variadas experiencias, desde el sur al norte del país, incluyendo el avistamiento de fauna salvaje, granjas de renos, auroras boreales, paseos a caballo por la nieve, paisajes sobrecogedores, conciertos, hermosas fiestas navideñas y sobretodo, momentos de gran camaradería, de una amistad forjada en las inhóspitas arenas del desierto del Sahara, hace ya casi cinco décadas.
Aún no conocía el invierno sueco y temía el frío extremo y los largos periodos de obscuridad.
Cuando llegué a Göteborg, vi una ciudad sumergida en la oscuridad de la noche, pero con una luminosa decoración. Un concierto de música navideña en la estación de autobuses, inundó mi alma de alegría y fue el preludio de lo que sería una feliz estancia en estas tierras.
Ya en Lysekil, me sentí en casa. Divisaba su bahía desde mi habitación, que reflejaba en sus aguas las luces de los barcos y de la ciudad.
Destacaba en su silueta la iglesia luterana, que se erguía hermosa, clavando en el cielo, la luz de su reloj. Disponía de una cafetería en la propia sala de culto, a modo de "ambigú religioso", donde ofrecían "glogg" a los asistentes, una dulce bebida caliente, servida con pasas y almendras, para templar los amedrentados cuerpos por el frío ambiente exterior.
La decoración luminosa, era un tanto peculiar, a ojos de un católico, pero se respiraba paz y fervor. Un coro interpretaba maravillosas canciones navideñas e intuí un pueblo culto y equilibrado, pero ajeno a las pasiones y las alegrías de los pueblos del Mediterráneo.
Terminado el concierto, una bofetada de frío me devolvió a la realidad del invierno y agradecí posteriormente el fuego de una chimenea, con sabor a hogar. Iniciaba así, una larga aventura de invierno que relataré en los siguientes capítulos.
Hola Miguel. Muy interesantes crónicas.
ResponderEliminarEn la de hoy, ¿No te referirás al "grog"?. De él viene la expresión "estar grogui". Un saludo.
Hola Álvaro, glug es típico de Suecia. Creo que grog es lo mismo
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