Cuando me jubilé, eliminé física y mentalmente, la corbata, el reloj y el calendario. Es decir, recuperé la libertad personal, aliviando mi cuello y volviendo al tiempo biológico; sin ataduras.
Solamente, cuando hay un acto relevante, como una boda, retomo alguno de los utensilios que sometían mi vida.
He disfrutado enormemente, tendido en el sofá de casa, a lo "Majo vestido de Goya", con una taza de té, mientras veo la televisión o leo un libro de poesía que me regalaron.
Dicho sea de paso, me aburría la poesía, hasta que me dio por la escritura y descubrí que floto, cuando me elevo como persona, o cuando afloran en mí los mejores sentimientos.
He reído alegre, cuando he iniciado una aventura de nuevos horizontes, sin rumbo fijo.
He ronroneado de placer horizontal, con el embozo hasta la nariz, cuando el invierno asusta a quienes deben salir a ganar el pan que yo ya me he ganado.
Sin nostalgia del pasado, pero con ganas de probarme, he aceptado voluntariamente un periodo de corbata en tierras de turbante y media luna.
Y aquí estoy, en tierras moras, con la corbata del currelo, haciendo grandes planes y preparando proyectos, para el desarrollo de un país vecino, pero lejano.
Por el momento, son pequeños momentos de oficina y vida urbana, tan anodina como en otros lugares sin aventura.
Una "jartá" de cigalas y pescaíto regado con buen vino argelino, por 25 euros, una cenita de crema, tortilla y postre, por 4 euros, .. pequeñas cosas de la vida con solo interés comparativo.
Una caja de dátiles, me tienta el paladar. Están en rama, hermosos, dulces, con el romanticismo del oasis, de arenas de pasión y exotismo, de noches estrelladas y soles calientes.
Ya sé que no debo, pero quien se resiste al encanto de la vida, cuando los años te van robando la intensidad de otros placeres.
Suenan pensamientos de pesca en la sala. Las reuniones se suceden en la mesa larga. Un español, un francés, un argelino, un italiano y un griego, hablando del mundo de escamas, redes de pesca, cuotas de captura, contaminaciones, controles oficiales y afanes de desarrollo y progreso.
El rum rum me aturde y mis tímpanos sufren con las heridas que algunos infringen a la lengua de Molière y de Víctor Hugo.
Una escapada me lleva a un sabor de lubina a la espalda, con mi amigo italiano. Proyectamos trabajos, estrategias y viajes, mientras nuestros labios saborean un té a la menta.
Es un deleite que me apasiona, desde hace 40 años. Conozco sus variantes mauritanas, marroquíes y argelinas y me decanto por el del desierto, concentrado, en vaso pequeño y exotismo grande.
Mimi, mi amiga, antigua alumna y colega, me recogió por la tarde. Me llevó al viejo puerto de la ciudad, por donde entraron los franceses en 1828, para quedarse hasta 1962. Menos años de los que mi familia ejerce la profesión veterinaria a través de 5 generaciones ininterrumpidas, desde 1822 hasta nuestros días.
Tome con ella otro te valiente, con crêpe y mermelada de naranja. Hablamos de su vida, sus sueños, su mundo entre velos y su religiosidad.
Al pasear por el espigón del puerto, noto su viva mirada, la resolución de una mujer que armoniza tradición y futuro, mientras oigo sus pasos firmes, seguros y determinados.
Santander fue su primera salida al exterior, luego fue Francia y le siguió Corea del Sur. Fiel a sus creencias y a su forma de vida, conoce un mundo más libre, pero prefiere el intimísimo de su país.
Nuestra amistad es rara. Un cristiano viejo y una musulmana joven. Una mirada cansada y unos ojos de fuego.
Pero ambos compartimos sonrisas, miradas, profesión y amistad, sabiendo la gran riqueza que supone, intercambiar desde el respeto mutuo, los valores de dos mundos diferentes.
Estoy en Argelia y me siento vivo, útil y contento de haber superado el miedo a los riesgos de un mundo convulso.
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