Pies descalzos. Medio día. Mar y éter, se besan nítidamente en el horizonte. Unos trinos que suenan a incipiente primavera, alegran el momento.
Es viernes. Los musulmanes rezan en las mezquitas y las gaviotas vuelan el límpido cielo sobre el mar.
Reposo tras mi reciente viaje al altiplano argelino, mientras disfruto del placer de la escritura y espero las noticias de un familiar, que está bajo el bisturí de un "bata verde".
Siento la llamada de la gula, para calmar mi hambrienta gazuza. Espero el trabajo del reloj, a dos vueltas de aguja, para disfrutar de la compañía de Sarah y Mía, las dos hermanas argelinas, que me mostrarán orgullosas, algún rincón exótico y hermoso del país que aman.
Mientras ello ocurre, medito sobre los tristes momentos de mi país, sobre el que se ciernen negras nubes de corrupción.
La gaviota de un partido político, vuela en un negro viento de corrupción, que se cierne sobre Las Baleares, Madrid y Valencia.
La rosa, marchita por el resultado electoral y la podredumbre del sur, espera el agua del poder, para recuperar su frescura, con un líder que se da baños de pureza, obviando las sucias aguas de su partido.
Las coletas moradas, esperan impacientes las mullidas alfombras del poder, con sonrisas maduras del Caribe y turbantes persas. Mientras, los titiretarras ven de nuevo la luz, los resentidos de la memoria histórica, ajustan las cuentas al mismísimo Manolete.
La esquina noroeste de nuestra atribulada piel de toro, permanece muda, socavando las instituciones del Estado y esperando el "momento zarpazo".
Vientos negros, de corrupciones, desmedidas ambiciones y ansias de acabar con España.
Veo el sangrante circo desde la orilla sur del Mediterráneo. Al menos, aquí, hay luz, hay alegría y puedo abstraerme de tanta indignidad.
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