Antes de venir a Argelia, tenía preocupación por mi seguridad personal.
El mundo está muy revuelto y hay mucha violencia por doquier. Vivir en España, a pesar de sus dificultades, es vivir en una burbuja de relativa paz y causa inquietud, salir de su microclima social.
Sin embargo, tras una semana de estancia en Argelia, no me he sentido inseguro.
Es frecuente ver controles policiales en las ciudades y aún más en las carreteras. Ello genera alguna molestia al dificultar el tráfico rodado, ya de por sí complicado, dada la gran densidad de vehículos, pero me da confianza.
Mis precauciones personales de seguridad, se limitan a no deambular solo por las calles, cuando anochece, lo que apenas me afecta, pues no tengo ese hábito personal.
Cuando trato con la población, encuentro gente amable y respetuosa. Mi relacion con los argelinos, durante mi trabajo aquí, es muy afable y me siento muy confortable entre ellos.
Es cierto, que a veces me reciben con una mezcla de curiosidad y desconfianza, pero cuando me ven actuar con naturalidad y buen humor, abandonan su inicial cautela y afloran su sonrisa.
Recientemente, he hecho un desplazamiento a Sétif, una ciudad del altiplano, situada en el este del país, no lejana de la frontera tunecina. La noche fue fría, pero la gente con la que me he encontrado, me ha dispensado una relación cordial.
Me recibían con un té a la menta, unas galletas y un rico alimento: los "dedos del sol". Son los dátiles del desierto, que gracias al sol, son todo dulzura y te aportan suficiente energía, para soportar largas horas de actividad..
Los "dedos del sol" es una expresión local, que figura incluso en el envase de venta.
A su dulzura, hay que añadir su exotismo y el encanto de soñar el "sabor del desierto", la sombra de los palmerales en los oasis, el trasiego de los dromedarios y el húmedo frescor del agua que surge en la arena, bajo la seca superficie.
Su sabor, evoca entrañables aventuras de mi lejana juventud y mi alma se colma de felicidad.
Durante mi estancia en Sétif, compartí mesa con un séquito de autoridades locales. La animada conversación en la mesa, se transformó en un "sorbeteo coral" de "chorba", una sabrosa sopa, caliente y deliciosa. Siguió un plato, con garbanzos, coles y carne, cuyo nombre no recuerdo.
En realidad, lo que comimos, fue la versión argelina de un cocido madrileño, cuya principal diferencia, fue substituir la hierbabuena de la sopa, por el cilantro y en la ausencia de derivados del cerdo.
El día antes, había tenido una experiencia gastronómica de supervivencia callejera: comí un bocadillo caliente, con tiras de pollo a la plancha, con patatas fritas dentro del pan.
Como había hecho a la ida, la vuelta a Argel, transcurrió por la autopista que recorre todo el norte del país, desde la frontera occidental, con Marruecos hasta la frontera oriental, con Túnez.
Se trata de un amplio vial de 6 carriles, 3 en cada sentido, que atraviesa terrenos secos y escarpados, a veces, con verdes manchas de vegetación, con algunos olivares y profundos barrancos.
Se observan asentamientos humanos, de casas habitualmente sin pintar, que se confunden con el paisaje. Llaman la atención, numerosos edificios en construcción y una gran proliferación de antenas parabólicas.
Cuatro horas de carretera por resecos paisajes, con música árabe, me habían agotado. Cuando volví a mi lugar de residencia, disfruté de un reparador baño de agua caliente en el silencio de mi habitación y me sentí satisfecho y feliz
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