Nacemos por millones, pasamos un segundo en la eternidad del planeta y desaparecemos de la faz de la tierra.
Algunos creemos en la reencarnación o en un paraíso en la eternidad. Sin embargo, todos queremos distinguirnos del conglomerado de seres que conformamos la Humanidad y pretendemos alargar nuestro segundo de paso.
Muchos nos cuidamos y al tiempo, queremos disfrutar de las ventajas que nos proporciona lo que nosotros entendemos como el progreso.
No hay suficientes materias primas naturales para todos, en un planeta superpoblado y sobreexplotado.
Por otro lado, la vida moderna nos ofrece los adelantos tecnológicos en todas sus facetas: alimentación, transporte, cuidado personal, abrigo, alojamiento,... Todo se rige por la química y si vamos un poco más allá, podemos afirmar que todo lo gobiernan las matemáticas.
Amamos lo que significa naturaleza, pero la maltratamos, hipotecando el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Creemos que el mundo nos pertenece, cuando somos nosotros quienes les pertenecemos.
Queremos tener buena presencia, estar bien vestidos, comer bien, tener una buena casa, estar sanos, viajar,... y todo esto lo conseguimos gracias a la química.
Ya lo he mostrado en los tres capítulos anteriores, dedicados al aseo, el abrigo y la alimentación.
Tenemos idealizado el mundo natural y auténtico y está bien como meta. Pero no podemos sustraernos a los adelantos que nos hacen una vida más fácil, segura y longeva. Pensamos en los abrigos naturales, en alimentos con sabores auténticos, de cadena corta carentes de aditivos, y en el bienestar y la salud.
Pero si queremos abrigarnos; si deseamos comer todos los días y si queremos ver paisajes lejanos, debemos vivir en el siglo XXI. Con todas sus consecuencias; con toda intensidad, porque el tiempo de vida, se ha alargado mucho, pero sigue siendo un segundo.
Eso sí, debemos seguir unas prudentes pautas de vida: no ser consumidores extremos, diversificando el uso de los bienes y servicios a nuestro alcance y no usar elementos químicos innecesarios, que muchas veces, solo valen para presentarse ante nuestros ojos, incentivar el consumo y dar a ganar a fabricantes con egoístas intereses.
Si quieres vivir el mito del buen salvaje, deberías renunciar a la inmensidad alimentaria, vestir sólo, pieles, lana y algodón, renunciar a los viajes, rechazar la anestesia en una intervención quirúrgica o rascarte la sarna sin poder tratarla con medicinas.
Si vives en Robinson Crusoe, tendrás sarro, perderás los dientes, olerás a podrido y vivirás menos años.
Es verdad que la alimentación moderna es excesivamente sofisticada, pero siempre será mejor comer con aditivos controlados, que alimentarte con grasas rancias o embutidos con toxina botulínica, por ejemplo.
En España ingerimos cada año, mas de 100,000 millones de platos (60 millones entre habitantes y turistas por 5 platos día y 365 días) y apenas hay toxi e intoxicaciones. Solo nos falta tener mejores hábitos de nutrición, evitando alcoholismo, grasa saturadas, excesos de sal y de azúcares, fundamentalmente.
En la vida natural, todos los alimentos se pueden comer, aunque a veces, solo una vez. Si no, vete al campo, querido lector, recolecta setas Amanitas phaloides, y cómetelas. Será lo último que hagas en este mundo.
Vivimos más y mejor. gracias a la física, la química y las matemáticas.
Si tengo suerte, moriré anciano y tal vez, sin dolor. Habré disfrutado del mundo y vivido todo lo natural que la inteligencia y las circunstancias me lo permitan. Ser "Todo natural", es un sueño, una quimera, una temeridad.
Termina aquí la serie "Todo natural"
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