He vuelto a Ginebra 5 meses más tarde. Mi misión es el de ejercer de abuelo de guardia, pues mis hijos me necesitan aquí.
Si en noviembre viví una ciudad fría, oscura, desapacible y triste, en abril he comprobado un radical cambio.
El sol está trabajando, el día se calienta y la nieve se va.
Los suizos se han echado a la calle e inundan los parques y jardines de la ciudad.
Hay alegría, pero dentro de un orden, porque estamos en el centro de Europa y aquí no tienen el carácter mediterráneo.
Mi jornada ha sido larga y fatigosa
He visitado la parte vieja de la ciudad y bordeado una buena parte del lago Lemán. He admirado una vez más, su famoso chorro y disfrutado con los cisnes que lo enseñorean.
He comprobado que la ciudad honra a sus grandes personalidades del pasado, que fijaron la historia, la política, el pensamiento y el carácter de los suizos.
También he visto cañones, que defendieron su territorio y su independencia y su forma de vida.
He visto una ciudad colmada de banderas, como símbolo de una nación y una ciudad.
He comprobado cómo aman el sol, cuando por fin da luz y calor.
He visto jugar al ajedrez en tableros gigantes y visitado un invernadero de plantas tropicales.
He disfrutado viendo un tiovivo, con reproducciones de dibujos de Leonardo da Vinci y visto un árbol de los deseos, tapizado con tela y lleno de cintas petitorias.
Y finalmente, he confirmado la internacionalidad de esta cosmopolita ciudad, que alberga grandes organizaciones internacionales, como una de las dos sedes de la ONU, la OMS, la Cruz Roja, la OIT y tantas más.
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