miércoles, 15 de abril de 2015

Ginebra. Cuando la nieve se va

He vuelto a Ginebra 5 meses más tarde.  Mi misión es el de ejercer de abuelo de guardia, pues mis hijos me necesitan aquí.

Si en noviembre viví una ciudad fría, oscura, desapacible y triste, en abril he comprobado un radical cambio.

El sol está trabajando, el día se calienta y la nieve se va.

Los suizos se han echado a la calle e inundan los parques y jardines de la ciudad.

Hay alegría, pero dentro de un orden, porque estamos en el centro de Europa y aquí no tienen el carácter mediterráneo.

Mi jornada ha sido larga y fatigosa 

He visitado la parte vieja de la ciudad y bordeado una buena parte del lago Lemán. He admirado una vez más, su famoso chorro y disfrutado con los cisnes que lo enseñorean.

He comprobado que la ciudad honra a sus grandes personalidades del pasado, que fijaron la historia, la política, el pensamiento y el carácter de los suizos.

También he visto cañones, que defendieron su territorio y su independencia y su forma de vida.

He visto una ciudad colmada de banderas, como símbolo de una nación y una ciudad.

He comprobado cómo aman el sol, cuando por fin da luz y calor.

He visto jugar al ajedrez en tableros gigantes y visitado un invernadero de plantas tropicales.

He disfrutado viendo un tiovivo, con reproducciones de dibujos de Leonardo da Vinci y visto un árbol de los deseos, tapizado con tela y lleno de cintas petitorias.

Y finalmente, he confirmado la internacionalidad de esta cosmopolita ciudad, que alberga grandes organizaciones internacionales, como una de las dos sedes de la ONU, la OMS, la Cruz Roja, la OIT y tantas más.






















































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