En dos artículos anteriores, "El mercenario" y "Tres uniformes", relataba temas colaterales de guerra.
Hoy deseo abordar, la historia de Tomasa, una consecuencia más de la Guerra Civil española.
El nombre de la mujer es ficticio, pero ella es real. Ella misma me ha relatado su vida.
Hoy deseo abordar, la historia de Tomasa, una consecuencia más de la Guerra Civil española.
El nombre de la mujer es ficticio, pero ella es real. Ella misma me ha relatado su vida.
Nacida en un pueblo andaluz, es la menor de 6 hermanos.
Sus padres eran maquis, en la posguerra española. Una aciaga tarde, los capturaron en su casa y los fusilaron delante de sus hijos.
Tomasa tenía 3 años
Tomasa tenía 3 años
Para evitar que los hijos mantuvieran las ideas paternas, fueron separados entre sí y enviados a hospicios diferentes, para que nunca más pudieran verse.
Tomasa tuvo que trabajar en la institución, desde los 8 hasta los 18 años, edad en la que tuvo que vivir por su cuenta.
Trabajó en el hospicio, haciendo flores de plástico, soldando púas de tocadiscos, bordando y zurciendo
Con 13 años, sufrió abusos sexuales dentro de la institución, siendo víctima de lo que nuestro Papa Francisco, denomina "Una misa negra", y quedó marcada por ello.
Pero Tomasa era una superviviente nata. Luchó por salir adelante, forjó su carácter e hizo como los polluelos en el nido: estirar el cuello y piar fuerte.
Trabajó en una guisquería y finalmente, volvió al hospicio pidiendo ayuda.
Un día más tarde, estaba empleada de sirvienta de una casa.
Una vez, la siguió un apuesto joven mientras volvía de la lechería. Dejó derramar la leche y éste acudió en su ayuda, venciendo su timidez.
Hubo boda y vivieron unos felices años, hasta que la muerte se cruzó nuevamente en su camino.
Un camión mató a su marido, mientras hacía ciclismo.
Nuevamente, quedó sola, pero con tres pequeños que alimentar.
Trabajó en una fábrica de hilaturas hasta que decidió ser vendedora. Compraba y vendía en sus ratos libres y le fue bien.
Gracias a la ayuda de un buen samaritano, localizó cada uno de sus 5 hermanos, que ya adultos, se reencontraron y mantienen una buena relación, aunque estén geográficamente dispersos.
"Consiguió" que la despidieran de la fábrica y el juez determinó que era un despido improcedente. Con la indemnización, compró una furgoneta y se dedicó de lleno a la compraventa.
Acudía a las subastas de decomiso, en lotes cerrados y ocultos, jugando el azar la oportunidad o no de negocio.
Tuvo suerte, pues un empleado, le informaba previamente de los lotes a pujar y el precio máximo a ofrecer. Siempre acertaba, aunque como ella me dijo "no le salía gratis"
Se le cruzó un francés en el camino, que era atento y le proporcionó bienestar, aunque no le quería.
Tras 6 años de matrimonio, se divorció. Desde entonces y con los hijos independizados, vive sola y con una economía aceptable.
Tomasa es baja y vivaracha. Como ella dice, le faltan 30 cm y le sobran 30 años, pero lo que le han sobrado, son las cornadas que le ha dado la vida.
Es guapilla, simpática, despierta y buscavidas; chalatana, con gracejo del sur y acento afrancesado.
Superadas las amarguras, su vida, ha tenido un final casi feliz.
No sabemos qué habría sido de ella y de sus hermanos, si sus padres, con seis hijos en la casa, hubieran dado más importancia a la familia que a los ideales.
No puedo ni debo juzgarles.
Pero Tomasa era una superviviente nata. Luchó por salir adelante, forjó su carácter e hizo como los polluelos en el nido: estirar el cuello y piar fuerte.
Trabajó en una guisquería y finalmente, volvió al hospicio pidiendo ayuda.
Un día más tarde, estaba empleada de sirvienta de una casa.
Una vez, la siguió un apuesto joven mientras volvía de la lechería. Dejó derramar la leche y éste acudió en su ayuda, venciendo su timidez.
Hubo boda y vivieron unos felices años, hasta que la muerte se cruzó nuevamente en su camino.
Un camión mató a su marido, mientras hacía ciclismo.
Nuevamente, quedó sola, pero con tres pequeños que alimentar.
Trabajó en una fábrica de hilaturas hasta que decidió ser vendedora. Compraba y vendía en sus ratos libres y le fue bien.
Gracias a la ayuda de un buen samaritano, localizó cada uno de sus 5 hermanos, que ya adultos, se reencontraron y mantienen una buena relación, aunque estén geográficamente dispersos.
"Consiguió" que la despidieran de la fábrica y el juez determinó que era un despido improcedente. Con la indemnización, compró una furgoneta y se dedicó de lleno a la compraventa.
Acudía a las subastas de decomiso, en lotes cerrados y ocultos, jugando el azar la oportunidad o no de negocio.
Tuvo suerte, pues un empleado, le informaba previamente de los lotes a pujar y el precio máximo a ofrecer. Siempre acertaba, aunque como ella me dijo "no le salía gratis"
Se le cruzó un francés en el camino, que era atento y le proporcionó bienestar, aunque no le quería.
Tras 6 años de matrimonio, se divorció. Desde entonces y con los hijos independizados, vive sola y con una economía aceptable.
Tomasa es baja y vivaracha. Como ella dice, le faltan 30 cm y le sobran 30 años, pero lo que le han sobrado, son las cornadas que le ha dado la vida.
Es guapilla, simpática, despierta y buscavidas; chalatana, con gracejo del sur y acento afrancesado.
Superadas las amarguras, su vida, ha tenido un final casi feliz.
No sabemos qué habría sido de ella y de sus hermanos, si sus padres, con seis hijos en la casa, hubieran dado más importancia a la familia que a los ideales.
No puedo ni debo juzgarles.
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