Me encuentro en la comodidad del hogar alejado de mi tierra de padres y juventud. La de la primavera de saetas, cera, incienso y nazarenos.
Todos los años, sufro la nostalgia, de la lejana edad, de jazmines, claveles y azahar. Entonces, rezaba por obligación, de familia y de colegio, mientras imprimían con letras profundas la religión que me marcó, para lo bueno y lo regular, para el resto de mi vida.
De aquello quedó un poso, que nunca me abandonó, a pesar de los años pasados.
Hice la goma, como el ciclista del llano, que sufre la montaña, pero que no se despega de los que ríen en las cimas.
Y recé en el camino, en momentos místicos y también en los de miedo y llanto. Y cuando no lo hice, no me alejé demasiado del olor a incienso y el perdón de los pecados.
Y si mi religiosa madre, me preguntaba ¿de qué color era el cura", para controlar en la distancia si "trabajaba la religión", hoy desde el cielo, parece recordarme que las iglesias tienen puertas muy grandes, para facilitarme el camino de Dios.
Cuando la televisión retransmitía las procesiones de Sevilla, me puso en casa un "Vamos valientes, suaves y tós por igual" y "Al cielo con ella".
Sentí un estremecimiento, se me erizaron los cabellos ya perdidos y mi visión se hizo borrosa por las lágrimas el momento.
Nunca fui un "capillita". Cada año me aplican la ceniza en la frente, aunque mi ropa no huele a incienso, ni desgrano las cuentas del rosario.
Pero oí a un costalero que "rezaba con los pies", como alegoría de su tremendo caminar bajo el "peso del paso", aplastado por las maderas, encorvado bajo su venerada imagen, sin oler los claveles,
sino el sudor de los sufrientes.
Y cuando el paso "se fue al cielo", al sonido del "llamador" tras un "a esta es", recé por el pasado y sentí que el gallo no solo cantó para San Pedro.
No me gusta rezar sin pensar; no me gusta repetir frases hechas, pues parece un lavado de cerebro que condiciona la mente.
Me gusta meditar el mensaje de cada rezo y obrar en consecuencia, aunque el gallo tenga que cantarme muchas veces.
Si todos meditarámos cada frase del Padrenuestro y lo lleváramos a la práctica, cuestión harto difícil, el mundo sería diferente.
No, el rezo no ha de ser la reiteración sin sentido de palabras encadenadas, sino el sentimiento de las palabras libremente pensadas y sus posteriores consecuencias.
Y cuando pase la Semana Santa, se guardarán las túnicas, los capirotes, los tambores y las trompetas, pero no deberíamos guardar ni el corazón, ni la mente, ni los pies.
Hemos de rezar con la pluma o el martillo; con las ideas y la palabra; con la generosidad callada que no debe pregonarse, meditando y dando lo mejor de nosotros mismos; como el costalero, que reza con lo que puede; en su caso, con los pies.
Porque rezar es obrar en consecuencia y eso, si eres creyente, no es fácil de hacer. La prueba está en el Padrenuestro:
El pan nuestro de cada día, danos el de hoy (sin acaparar las riquezas)
Perdona a quienes nos ofenden (¿acaso lo hacemos?), etc.,
Las imágenes descansan tras la carrera en sus iglesias, a la espera de la nueva Semana Santa.
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