Apenas había dormido. Hice 600 km de ruta, viniendo desde Francia y casi sin descansar, me fui de procesión de Semana Santa.
Como sevillano que soy, me cuesta valorar otras procesiones diferentes a las de mi tierra.
Allá, es una manifestación religiosa sin par, con miles de nazarenos y de penitentes, con legiones romanas, con excelentes bandas de música y cantos de cientos de saetas que cortan el aire y encogen el alma.
Pero estaba en Santander, mi tierra adoptiva; la que me ha ofrecido una familia y un hogar, un gran paisaje y una gente que me quiere.
Era Miércoles Santo y salía la procesión del Perdón y el silencio, con los pasos de la Virgen de la Merced y de Jesús Nazareno.
La procesión duró 5 horas, sin lluvia, pero con frío. Hice un reportaje fotográfico, que no tiene gran calidad artística, pero que vale para guardar el recuerdo de un 1 de abril en las calles de Santander, con dos pasos de Semana Santa, para celebrar la Pasión de Cristo.
Una manifestación religiosa, que cuesta muchos esfuerzos preparar, a lo largo de muchos meses.
Una tradición que mantener y un sentimiento que exteriorizar con pena y devoción, por Él, que murió por nosotros.
Por toda España, se suceden estos días manifestaciones sagradas, de olor a cera y a incienso; de música sacra; de nazarenos, penitentes, con o sin cadenas, descalzos o no, pero sufrientes por el Cristo en la Cruz.
Quienes vienen de otros países, no quedan indiferentes, al ver nuestro pueblo encapuchado.
No esperamos que nos comprendan, pues a veces, es difícil de entender nuestras costumbres,
Pero es nuestra forma de ser y de vivir; es nuestra profunda identidad, que se manifiesta con una gran capacidad de pena y sufrimiento; o con una explosión de vida y alegría, dando suelta a nuestra pasión mediterránea.
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