Tubal era un soñador. Ansiaba viajar lejos, ver mundo, buscar fortuna, amar una mujer tan hermosa como lejana y volver a su tierra de querencia, con la felicidad del triunfo.
Ni el tesoro de la vida en familia, ni las sonrisas de los amigos, ni la tierna mirada de Gaia, le ataban al mundo de los suyos.
Olía los vientos lejanos, que le parecían refrescantes y le traían sones rítmicos, calientes y turbadores.
Cada vez que un barco salía del puerto, seguía su estela con la mirada e imaginaba los paisajes del destino.
Pensaba que al otro lado del mar, las montañas eran más altas, sus cumbres más hermosas, sus praderas más verdes y sus flores más olorosas.
Creía que allende el mar, le esperaban melodías de pasión, para abrazarle entre caricias y cantarle entre susurros.
Su imaginación, volaba sin freno, como un globo aerostático sin lastre, abandonado a los vaivenes del viento, para encontrase con el amor de su suerte.
Una madrugada, cuando la vida dormía, marchó al oeste siguiendo la luna, que plateaba las aguas de su bahía.
Solo un hatillo, guardaba su espalda con lo imprescindible del viaje: un corazón de jade, un estrella de plata y la foto de su madre.Tenía muchos sueños y solo 18 años.
Se enroló en un carguero que navegaba al Caribe. Marinero de secano, sufrió la travesía, hasta que supo acompasar sus pasos, a las bravas olas del mar.
Su familia leyó la carta al amanecer. Lloraban desconsolados la desaparición de Tubal y temían por su vida.
Tras dos meses de travesía, el carguero recaló en Kingston, desembarcando clandestinamente, pues no llevaba pasaporte.
Buscaba un lugar donde pasar la noche, mientras miraba entusiasmado, un mundo de calores y de colores.
Había surcado un mar de aguas cristalinas y ahora veía playas de arenas blancas de coral, cocoteros besando las olas, negras caribeñas, moviendo las caderas a la vida, sonrisas de dientes blancos y escasos y alegres ropajes.
Verdes montañas, hermosas cascadas, preciosas flores tropicales, coloridas aves,.. parecía el paraíso soñado, donde vivir el amor y la libertad.
Cansado y sin dinero, paró en una aldea de pescadores. Una familia cocinaba a la puerta de su choza. El humeante guiso, aguzó el hambre de Tubal y se acercó descaradamente al puchero.
Hambriento y desvalido, inspiró algo más que compasión en Alvita.
Era una hermosa muchacha de negritud exultante, de fibrosa silueta y firmes pechos al aire del trópico, donde se canta al amor y a la fecundidad.
Tenía su edad y una maravillosa mirada. Le sonrió y le tendió la mano con un plato de guiso con flor de Jamaica.
Cogió el cuenco con sus dos manos y sació su hambre. Luego vino un platano frito y un trago de ron, que le nubló el entendimiento.
Alvita le miraba dulcemente, mientras yacía en el suelo sobre sábanas de hojas de una bananera.
Su blanca sonrisa, la había soñado antes de abandonar su familia y se sentía flotando entre nubes.
Al guiso con agua de jamaica, le sucedieron otros platos: tacos, quesadillas, estofado de rabo de res y sobretodo, toda suerte de pescados, principal sustento de aquella aldea, abrazada al mar, a la sobra de los cocoteros.
A medida que pasaban los días, Tubal y Alvita, aprendían a comunicarse, primero con gestos y sonrisas, luego con besos y abrazos y finalmente, con el idioma del amor en su máximo esplendor.
Todys, tocororos, colibríes portacintas, gaviotas, y muchas aves más, llenaban de alegría y color el cielo azul de sus días, mientras las estrellas jugaban a ser blancas pecas del negro firmamento.
Tubal y Alvita, bailaban el amor bajo la luna caribeña o a la sombra de las palmeras. Cualquier hora, del azul al negro del cielo, valía para fundir dos cuerpos de dos mundos diferentes.
No entendían de orígenes, ni de banderas, tan solo del idioma de las manos entrelazadas, la sencillez y la vida en mayúsculas.
Alvita engrosaba su felicidad. Cada luna, su cuerpo era más materno y hermoso. En su vientre crecía un hijo de dos mundos y los jóvenes padres, soñaban la felicidad a tres, en un paraíso hermoso, ingenuo, caliente y alegre.
Aquella noche, la luna estaba triste. Un velo de nube, anunciaba una tragedia. La cara de Alvita, oscureció aún más, cuando las nubes le robaron la plata de su luna.
Un inmenso dolor de sangre dio a luz una preciosa niña.
Alvita, la abrazó contra sus senos, mientras miraba el amor que le había llegado en barco.
Cansada y feliz, durmió plácidamente. Sentía una gran paz interior y cerró sus ajos henchidos de amor.
Nunca más despertó de aquél sueño. Se había desangrado y había muerto en su felicidad.
Cuando Tubal se dio cuenta de la magnitud de la tragedia, lloró su amor perdido, mientras abrazaba su hija con la desesperación del momento.
Roto y sin consuelo, enterró su amor, en el mismo lugar que se entregaron la primera vez.
Durene, la madre de Alvita, bautizó Amoy a la niña, que significaba Bella diosa. Otras madres del poblado, se turnaban entre ellas para dar su leche a la niña.
Amoy crecía hermosa y daba ya sus primeros pasos de vida. Tubal, lloraba la ausencia de su mujer y sus lágrimas fluían cada vez, que un tocororo, se posaba junto a su tumba.
Tubal sintió la llamada de la querencia. Un mes más tarde, navegaba con su hija y con Durene, Su destino era Cudillero, un precioso pueblo de pescadores, en el norte de España.
Gaia dejó caer la jofaina que tenía en sus manos. No podía creer que su perdido sueño de amor, hubiera vuelto.
Saltó de alegría y le abrazó entre sollozos. Tubal estaba sorprendido, pues no reconocía a Gaia, que había pasado de adolescente, a una espléndida mujer.
Cuando los padres de Tubal le vieron venir, lloraron con la misma emoción que redacto esta historia, al son de una preciosa canción irlandesa.
Tubal construyó una casa junto al mar y miraba al oeste, donde yacía el cuerpo de su amada. Durene cuidaba de Amoy que crecía hermosa como su madre.
Gaia crecía en amores hacia Tubal y una noche, le atrajo hacia sí, para entregarle su pasión.
Durene se había habituado al mundo de la sidra y las fabes y había cambiado el ron jamaicano por el orujo de Potes.
Puso la "Taberna criolla", donde alternaba música de gaita celta con canciones de Bob Marley. Era famosa, por sus negritud, sus grandes tetas, su pañuelo jamaicano en la cabeza y por su Enchilada de flor de Jamaica..
Tody
Tocororo
Colibrí portacintas
Enchiladas flor de Jamaica
Ingredientes
Para las enchiladas:
1 taza de flor de Jamaica
8 a 12 tortillas de maíz
½ pieza de cebolla blanca
1 pieza de zanahoria
1/4 cucharadita de orégano
1 diente ajo
1 pieza de calabacita
100 gr. de queso fresco
6 cucharadas de aceite vegetal
1 aguacate
2 tazas de agua
Sal al gusto
Pimienta al gusto
Para la salsa
1 a 2 piezas. Chipotle enlatado
1/2 taza de crema ácida
4 tomates
1/4 taza. Consomé de pollo
Sal al gusto
Preparación
Para la salsa:
Licuar el tomate con el consomé de pollo y el chipotle.
Llevar a ebullición y añadir la sal.
Retirar del fuego y mezclar con la crema; reservar.
Para las enchiladas:
Calentar el agua y agregar la flor de Jamaica hasta que estén suaves por alrededor de 5 a 7 minutos; colar y reservar para utilizar más adelante.
Picar la zanahoria y la calabacita en bastones o dados pequeños
Picar finamente la cebolla.
Calentar tres cucharadas aceite y saltear la cebolla hasta acitronar, agregar la zanahoria, después la calabacita y por último la flor de Jamaica.
Cocinar por alrededor de 10 minutos hasta que la verdura esté cocida y suave.
Condimentar con la sal, pimienta y orégano.
Freír ligeramente las tortillas en el resto del aceite.
Colocar el relleno y enrollar o doblar; bañar con la salsa de chipotle.
Servir con crema y el queso fresco.
Intentaré hacerlo,ye te contaré.
ResponderEliminarMuy bonito el relato, muy romántico!!!