Días más tarde, un largo recorrido en tren, me llevó a París. Iniciaba un año como becario de la República Francesa, como estudiante de postgrado.
El reconocimiento médico fue exhaustivo. No en vano, España sufría un brote de cólera que procedente de Marruecos, había entrado por Melilla.
Poco imaginaba entonces, que 10 años más tarde, sería yo la máxima autoridad sanitaria en Melilla, cuando un nuevo brote de cólera, entraría allá desde Marruecos.
Había cola de franceses para vacunarse contra el cólera, me acompañaba Lidia Vallecillo, otra becaria, economista nicaragüense, que por orden alfabético coincidió conmigo.
Cuando los franceses supieron que era español, se apartaron. Seguramente, imaginaban que les contagiaría el cólera solo con la mirada.
Fuimos enviados a Lyon, donde pasaríamos, julio y agosto perfeccionando el idioma.
Fue una extraordinaria experiencia multicultural. Nos habíamos alojado en una residencia universitaria unos 200 becarios de más de 30 nacionalidades pertenecientes a los 5 continentes.
Al grupo inicial del tándem Valle y Vallecillo, se unió entre otros, un joven matrimonio iraní, de la época del Reza Palhevi, pre Jomeini, una ecuatoriana, un matrimonio griego, Tasio y María Korbetis, un jordano, un paraguayo, un uruguayo, un militar chileno, un director de cine chileno y Lín, una preciosa malaya, con una elegancia natural impresionante.
Ni las cubanas de ébano, ni la argentina del mate, ni la guapa peruana de Arequipa, ni la distinguida sueca, ni la graciosa italiana, atrajeron mi atención.
Mis ojos se fijaron en Lín, que en su pésimo francés, me había dicho que era cousiniere du Roi de Malasia.
Su mirada oblicua, su sonrisa abierta, su femineidad y cuerpo de porcelana, había prendado mi impresionable corazón y mi imaginación volaba hacia un lejano país, donde vivir un destino exótico.
Aquellas semanas transcurrieron entre discusiones entre chilenos anti y pro Allende, temores por la evolución de Irán y el sueño de un romance imposible.
No comprendía que una cocinera malaya tuviera tanta clase personal, usara tantas ropas de seda y llevara un nivel de vida fuera de lo esperable.
Una tarde, Lín me dijo que en su país me habrían castigado a recibir unos latigazos. No comprendía qué pasaba hasta que ya en su mejorado francés, supe la realidad.
No era la cusiniere du Roi, sino la cousine du Roi. Mi delito, era vestir un polo amarillo, color reservado en su país, exclusivamente para la familia real.
Comprendí que estaba inmerso en un sueño de verano sin salida.
Terminado el tiempo de aprendizaje de idioma, varios becarios, fuimos juntos a París. Cada uno de nosotros, empezaría sus estudios específicos en Francia.
Una tarde, llamé a Lín y me cité con ella en la puerta de Nôtre Dame de París. La vi descender de un coche de la Embajada con la bandera de Malasia.
La conversación fue tan corta como decepcionante. Allí mismo, me dijo que nuestra amistad de Lyon debía finalizar, pues nuestra cultura y estatus social eran muy diferentes.
Comprendí la situación, la encajé con dignidad y nos despedimos. La vi subir al coche de la Embajada y me perdí por las calles de París.
Cerrado aquel camino de vida,, me dispuse a viajar por la selva de los sentimientos. Era joven, soñador y tenia por delante un buen futuro en mi occidental mundo de clase media
Lin, la errónea cocinera del Rey
La sirenita de Malasia
La ecuatorianaMis exultantes 24 años
Lin, la malaya, Lidia, la nicaragüense y la ecuatoriana
Con Tassios Korbetis, el griego (con el tocado) y el jordano
No hay comentarios:
Publicar un comentario