Lidia Vallecillo, una nicaragüense, Licenciada en Económicas por la Universidad de Managua, se sentó a mi lado.
Becaria de la República Francesa, como yo, uniríamos nuestros caminos, durante un año de estudios, de julio del 71 a julio del 72. Iniciaba así un año apasionante, en lo personal y en lo profesional.
Mi experiencia vital fue increíble. Había dejado atrás un mundo en blanco y negro, para sumergirme en otro de colores en libertad. Era dueño de mi destino y de mi responsabilidad.
Asistí a mítines comunistas, ya fuese de la URSS, o de presentación del Libro Rojo de Mao, me impregné de ínternacionalidad, de multiculturidad y evite las líneas rojas que jamás debería superar, como por ejemplo, las drogas.
Procedente de la Dictadura española, trataba de experimentar la democracia y la libertad.
Lidia y yo, fuimos enviados a una residencia universitaria de Lyon, donde con muchos otros internacionales, deberíamos mejorar nuestro francés.
Una ecuatoriana, una malaya, la nicaragüense y yo, alquilamos un coche francés y nos fuimos un fin de semana a Turín. Tras pasar el túnel bajo el Montblanc, conocí el verdadero carácter italiano.
Al entrar en Italia, los carabinieris nos retuvieron una media hora en una habitación llena de fotos de delincuentes en búsqueda y captura. Mientras, las tres mujeres, me miraban como presunto culpable.
Aparecieron dos ligones uniformados, pidiendo monedas malayas para su colección y proponernos que les esperáramos el fin de turno, para hacer de guías turísticos con nosotros.
Seguimos camino sin esperarles. Guardo de aquel camino, algún recuerdo y unas fotos barbudas, de envidiable juventud.
No recuerdo el nombre de la ecuatoriana, pero si como escrutaba los movimientos de la feria de los sentimientos.
Lidia me miraba, yo miraba a Lín y esta me correspondía si pero menos o todo lo contrario.
Lidia tenía un gran corazón y supo ser solo mi amiga. Cada seis semanas, volvía a París, para pasar los exámenes de control. Solía llamarla para saludarla y mantener la amistad.
Cuando terminamos nuestra beca, vino a verme a Sevilla. Se alojó en casa conmigo y con mis padres; luego volvió a Nicaragua.
Mantuvimos la amistad durante unos años. Perdí contacto con ella, tras el trágico terremoto de Nicaragua. Ya con internet, intenté incesantemente recuperar nuestra amistad.
Averigüé entonces, que había sido recibida en Cuba por Fidel Castro y deduje que tenía un alto puesto de responsabilidad en el Gobierno sandinista de Nicaragua.
Guardo de Lidia, los recuerdos de un corazón amigo y dos zapatitos de ébano que conservo en el baúl de mis sentimientos.
Lin, la malaya, Lidia, la nicaragüense y en primer término, la ecuatoriana
En Sevilla, con Lidia y mi madre
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