Árboles quietos y hermosos. Sol escondido. Nubes mojando la tierra. Melancolía y belleza. Norte de España. Hogar; dulce hogar.
Tórtolas, mirlos, jilgueros, gorriones, palomas torcaces, toda una vida alada que viene a mi estanque. Baño y bebida; bebida y baño. Felicidades de plumas y paisaje.
La dulce temperatura refresca la piel sufriente del pasado desierto. Recuperada la frescura, mis labios están prestos al beso de amar. Todo es bienestar, sosiego y templanza.
La rana canta y alegra la mañana de lluvia. Se manifiesta en la Naturaleza, hermosa y valiente, sin saber que con ello atrae la muerte al estanque.
Su croar es un reclamo para los depredadores que buscan energías ajenas para su yantar.
Una culebra repta hacia el agua para devorar los renacuajos. Perderán la vida antes que tengan patas y puedan saltar y croar, como sus padres.
Es el tributo que pagan a la Naturaleza; es la selección; ley del más fuerte y los azares del azar.
Pensé en los idiotas del mundo, que como los peces, mueren por la boca. Dicen que los zorros, nunca cazan cerca de su madriguera y es comprensible. No es así la rana de mi estanque, que lenta e inexorablemente, pierde cada uno de los cientos de renacuajos con los que pobló el estanque de casa.
Mucho me temo, que deba buscar nuevas ranas para mi jardín. Al menos, me quedan las numerosas aves que parecen desfilar por la pasarela de la vida, los esquivos erizos que tienen a raya los caracoles y la ilusión de que algún día, alguna ardilla salte de rama en rama, para traer aún más belleza al pequeño paraíso, que creé con ilusión, sudor y tesón.
Canta la rana. Pobres renacuajos
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