lunes, 5 de junio de 2017

Etiopía 10. El Dallol

Estaba agotado por la emoción, el esfuerzo y la tensión de la expedición al volcán Erta Ale.

Abandonamos las pistas de lava y nos adentramos en grandes extensiones de arena. En ellas nos topamos con sendas bandadas de avestruces, dominando el territorio.

Nos bañamos en un lago, con una concentración salina similar a la del Mar Muerto. Sus aguas estaban muy calientes, eran de sabor muy amargo y nos permitían flotar sin esfuerzo.

Nos dirigimos entonces, al Dallol. Se trata de un cráter volcánico en la depresión del Danakil, que se formó como consecuencia de erupciones freáticas ocurridas en 1926. A su derredor, se formaron otros cráteres de erupción que salpican salares cercanos.

Estos cráteres, son los respiraderos volcánicos subaéreos más bajos del mundo, a 48 m bajo el nivel del mar.

Forman un paisaje de estanques verdes, amarillos y azules intensos y hermosos. Son muy ácidos y corrosivos.

Este lugar no es un rincón cualquiera de la Tierra. En él se alcanzan las temperaturas más altas del planeta y es muy peligroso.

Creímos que íbamos a verlo aquélla misma tarde, pero no fue así.

Llegamos por la tarde al campamento base. Éste se componía de unas chozas hechas de palos y paja, en un inhóspito arenal y de numerosos catres hechos con cuerdas y troncos de madera, para dormir bajo el cielo raso

Nos llevaron a continuación, a presenciar una puesta de sol en un inmenso salar cercano. Tras la aventura del Erta Ale, aquella fue una experiencia relajante en la inmensidad de un blanco desierto de sal.

Encontramos algunas montañas de sal, de pronunciadas aristas, en las que se apostaron los militares que nos protegían.

La puesta de sol fue hermosa. Brindamos con un vino etíope, bailamos y nos desinhibimos.

Volvimos tarde al campamento y dormimos bajo las estrellas. Ya conocía esa sensación. Había dormido así en las arenas del desierto, en Marruecos, Argelia, y Mauritania. Las noches sin tormenta de arena, son claras, hermosas y con millones de estrellas en el firmamento.

Quedé inmóvil. La brisa refrescaba mi quemada cara y las estrellas bailaban con mis sueños. Mis párpados eran de plomo, pero podía más en mí la magia del momento.

Me sentí elevado, con los mejores sentimientos; los que vuelan en el éter de la bondad y el amor, cuando el ser humano sintoniza con el Creador.

Me invadió un gran bienestar, pero finalmente, mis ojos se escondieron bajo los párpados.

La madrugada nos levantó. Habíamos pasado de la roja lava, al blanco de la sal y nos esperaba un mar de amarillos, verdes y azules, de traicioneras intenciones.

Marchamos hacia él durante 2 horas, con temperaturas realmente altas. Pronto divisamos en el horizonte, los netos colores que íbamos buscando y nuestros corazones se agitaron.

Pasear entre los coloridos lagos de acido sulfurico; oír y ver borbotar sus géysers y sentir el crujir de nuestras pisadas en aquél medio, fue una experiencia tensa y maravillosa.

Volvimos hacia nuestros coches, entre fuertes calores y colores.

Una nueva sorpresa nos esperaba. Súbitamente, entramos en un fantasmagórico paisaje de altas torres de sal de ceniciento color.

Habíamos terminado otra fase de nuestro viaje: " la tierra caliente" 























































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