lunes, 10 de julio de 2017

Díme soñador

Siempre fui un soñador, arquitecto de castillos en el aire y de pasiones imposibles. El cuento de la lechera, se queda corto para reflejar mis volátiles pensamientos.

Mis sueños me persiguen y luego, los persigo yo, para hacerlos realidad.

A veces, quedo absorto y ausente, incluso estando entre amigos. Una mosca volando, una palabra evocadora, una sonrisa sugerente,.., y mi imaginación viaja por el éter de los sueños.

Con los ojos cerrados o con la mirada perdida al infinito; da igual, me veo por los caminos del mundo, con músicas extrañas, olores diferentes, colores insospechados y paisajes inalcanzables, allá donde se sube por el arco iris de los sueños, sin orgullos raros, de esos que ahora están de moda.

No hay límites ni barreras. Mis sueños cabalgan por las nubes, como un alma libre, que se deja llevar por el viento. No me paran las distancias ni los trapos de colores a modo de fronteras nacionales.

Mi patria es el mundo y mi lenguaje una sonrisa y una mirada limpia.

He soñado y muchas veces he fracasado. Pero también he llorado emocionado cuando he convertido los sueños en realidad.

Me he estremecido con la lava de un volcán o con las fumarolas de azufre que salen del vientre de la Tierra.

He llorado perlas felices, cuando he escalado una montaña entre miedos y sudores

Tuve el alma henchida entre la bruma de la bahía de Halong, allá por Indochina y mi  corazón ha bailado alegre, sobre el cuello de un elefante, la joroba de un dromedario, o la grupa de un búfalo de agua.

He soñado, y a mis casi 70 años, sigo soñando. Moriré en vida, cuando haya perdido la curiosidad y la capacidad de soñar.

Aún tengo fuerzas y ganas de volar lejos. Cada vez que lo hago, vuelvo más delgado y más recio y vuelvo más joven, al menos de espíritu.

Sé que tarde o temprano, perderé el impulso que me alienta, pero mientras mi alma bulla y mis piernas me respondan, perseguiré nuevos sueños.

Tal vez,  por la Ruta de la seda, por tierras de ojos rasgados, montando "a dos jorobas" en un camello bactriano, por el desierto del Gobi o en reno, por las heladas montañas del nordeste de Mongolia.

Puede que por las frías aguas de Sudáfrica, avistando ballenas o abrumado con la presencia de un tiburón blanco.

O quizás, paseando entre elefantes marinos, en la costa de Namibia.

Y por qué no, montando a lomos de un yak, por el Tíbet, o de una llama en los Andes o galopando a caballo entre cebras y jirafas por las sabanas del África oriental.

Soñar es hermoso.

Mi mente vuela por la gran muralla china, el Transiberiano, los lunáticos paisajes de Nueva Zelanda, la magia del Machu Pichu, los gorilas de Rwanda, los orangutanes de Indonesia, los floridos cerezos de Japón o los inmensos parques naturales del norte de América.

Mis sueños me transportan a lejanas e ignotas tribus, de vida auténtica y salvaje.

Tengo sueños. Tengo esperanza. Tengo tiempo. Tengo salud.

Algunos de mis sueños se harán realidad.





















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