A mediados del Siglo XX, los niños de clase media, vestíamos con pantalón corto, chaqueta y corbata.
Eramos parte de la España tradicional, por Dios, España y su revolución nacional sindicalista; por el Imperio hacia Dios, Montañas nevadas, Isabel y Fernando y el Cara al sol.
Bien jóvenes, muchos formaron parte de la Organización Juvenil Española, la OJE, que alguien definió como una organización de niños vestidos de gilipollas, mandados por unos gilipollas vestidos de niño.
Ya en la universidad, debí asistir siempre a clase con chaqueta y corbata, aunque estuviera sometido al calor de la tardía primavera, en la tórrida Córdoba.
Acudir al comedor del Colegio Mayor, sin chaqueta y corbata, era enfrentarse al hambre segura, pues no nos dejaban ni tan siquiera coger la cuchara. Eso sí, teníamos la corbata de comer, que a lo largo del curso, se iba llenando de manchas y lamparones de grasa, hasta el punto que se podía hacer con ella una sopa al final de curso
Eran tiempos de pelo corto y peinado con raya, aunque ya se oían por la radio, los peludos conjuntos musicales, como los Beatles, los Rollins Stones, The Animals y por regresar al solar patrio, Miguel Ríos, que siempre estaba "volviendo a Granada", Victor Manuél, que ya tenía bastante sobado a su abuelo "allá en la mina",los Pekenikes, los Ídolos y los Bravos.
Por exagerar, parecía que las hembras habían nacido con las fajas de ballena y que los machos de cierto nivel, compatibilizábamos desde bien niños, los pañales y la corbata.
Pronto llegaría la ola revolucionaria que tuvo su epicentro en el Mayo del 68 parisino. Nuestras universidades se poblaban de peludos contestatarios, con pantalones exageradamente acampanados y con largas bufandas que llegaban hasta el suelo.
Lo "in" era provocar a las fuerzas del orden, "los grises", a quienes le llamaban malévolamente "la grisapo". Mal sino de nuestras fuerzas del orden, a los que con los años les llamarían maderos, porque les pusieron un uniforme marrón.
Yo seguía con pelo corto, y peinado "a navaja" y con raya a un lado. Aún me negaba a usar pantalones con cremallera, a echarme colonia, darme crema en la cara o no digamos, echarme laca, pues no quería que me llamaran maricón, (con perdón), como antes de la civilización postmoderna, llamábamos a los gays de ahora.
Y por supuesto, por si acaso hubiera alguna duda, me cuidaba de no llevar el reloj en la mano derecha, ni usar la diestra para coger el cigarrillo, pues los machos debíamos tirar de la zurda para esos menesteres.
Llegaron el movimiento hippie, el amor libre, las comunas, los porros, las camisas de flores y se puso de moda leer a Marcuse, Jean Paul Sartre y a toda una pléyade de escritores existencialistas, marxistas o librepensadores, tan denostados por el Régimen.
Apenas se cantaba ya el Cara al Sol, pero proliferaba el rock duro, el "No nos moverán", de Joan Baez y de forma clandestina, se cantaba "La internacional"
Yo seguía con corbata, el pelo corto y el peinado a la raya. Incluso, me cortaban el pelo con una tijera de pinchos, para entresacar mi abundante pelo, negro, brillante y fuerte como alambre.
En mi viaje fin de carrera, asistí en París a un musical muy popular entonces: Hair (Pelo). Su preciosa música era entonces un signo de liberación de prejuicios.
De súbito, se abrió la puerta de mi palco y apareció una mujer desnuda; asió una soga y se lanzó al escenario como la mujer de Tarzán.
No había visto una mujer desnuda en mi vida y al sobresalto de su espontánea irrupción en el palco, siguió el embobamiento de la situación.
Yo seguía con pelo corto, peinado a la raya y con corbata. Bien es verdad, que para, nadar en la piscina hacer piragüismo o hacer judo, me liberaba de aquella prenda.
Pasaron los años. Muchos revolucionarios peludos, contestatarios y peleones, terminaron buenas carreras, se colocaron y acabaron integrándose en la sociedad de clase media más o menos media o alta. Terminaron con pelo corto, chaqueta, corbata y zapatos brillantes.
Ya entrado el siglo XXI, calvorota, con colesterol riñonero y ruidos articular, seguía con el pelo corto ya gris, fino y escaso y aún portaba corbata.
Cuando finalmente me jubilé, ya desprendido de muchos prejuicios y de bastantes tabúes, vestía usualmente en el estilo llamado "pijo casual". Pero a decir verdad, alejado de la dictadura de las marcas, como señal de triunfo social.
Eso sí, me había liberado del calendario en la cartera, del reloj de la muñeca y de la corbata en el pescuezo.
Sólo vestía corbata y todo los demás, por supuesto, en bautizos, comuniones, bodas y entierros.
Pero un día me dije ¡Y qué coño!
Y empecé a viajar, a romper maletas, a desgastar zapatos deportivos y meterme por los rincones del mundo.
Me compraba algunas ropas étnicas por donde pasaba y recuerdos de lugares, como los ya expuestos en el artículo anterior: Trofeos viajeros.
Ahora, me siento como en una cápsula espacial, cuando ya se ha desprendido de los fuselajes ya inservibles y flota en el espacio, lejos del mundanal ruido, ajeno a las miserias humanas, en mi torre de marfil y sin servidumbres del qué dirán y alharacas sociales tan casposas como inútiles.
Ayer acudí a cortarme el pelo (en la Sevilla de mi niñez, era ir a pelarse). Voy a una peluquería mayoritariamente de mujeres, donde unas delicadas manos femeninas me adecentan mensualmente, mientras me gratifican con una hermosa sonrisa.
Mientras esperaba, paseé mis ojos por numerosas revistas del corazón. Miraba fotos de los llamados "gente guapa". Gente con clase a veces, gente sin clase subastando su piel, advenedizos, tontos de la tontería y muchos niñatos hijos de "espabilateguis", buscando un hueco en las exclusivas pagadas o un chorbo o una chorba para refocilarse o agenciarse un plan de pensiones sin doblar los riñones.
Muchos de ellos, llevaban corbata, una preciosa prenda, que con el tiempo, desaparecerá como lo hizo la capa española.
Y aquí estoy yo, disfrutando con esta "escribiura", exprimiendo mi ingenio, luciendo mi ironía y destilando un poquito de mala leche, para divertimento de los asiduos de mi blog.
Casi sin pelo, con la entrada galopante, donde antes peinaba raya, con un pantalón y una chaqueta vietnamita, con un amuleto mauritano colgando del cuello y con los pies descalzos.
Aquel niño bueno de mediados del siglo XX, es ahora un vejestorio a punto de los setenta, sabiendo lo que quiere, despreocupado de tantas cosas y afanado sólo en lo importante. Sin corbata, pero con alegría de vivir, de amar y reír.
Un "mutante", un macho alfa venido a menos, un ser humano que bebe con fruición y pasión, los últimos sorbos de su vida.
Os dejo, mis queridos lectores. Marcho a pasear por la marea baja de la playa del Sardinero, con pantalones cortos, con un colmillo de cocodrilo en el cuello y un sombrero de Panamá modelo Gamboa. Estoy fuera de mercado y ni con este atuendo seré objeto del deseo de las preciosas Marichulis que se pasean por la arena, pero a estas alturas de la vida. Solo con ver, ya soy y estoy feliz.
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