Pero todo cambia según sopla el viento. Me toco filosofar al ritmo de segadora, en un gran, femenino y verde prado de suaves curvas. Eran las 8 mañaneras y debía aprovechar la adolescencia solar.
Pensé que estarían segando mi jardín, mientras yo hacia lo mismo en uno ajeno, en tierras balcánicas de bombas, metralla y muerte veinte calendarios atrás.
La aparente facilidad del trabajo, se tornaba peor a medida que el sol estiraba su cabellera solar. La suave loma, resulto ser bacheada y con áreas húmedas.
Periódicamente, vaciaba el contenedor, echando la hierba a las agradecidas gallinas. Debía para ello, sortear la malla plástica que evitaba el ataque de las aves de presa.
Me llamaron al segundo desayuno, cuando la amarilla soflama, calentaba mi cuero ex cabelludo. No me dejaron volver al campo.
Despedimos a Marisa, la norteamericana, que partía para España por tres meses. Se fue la alegría de los helpers, con su eterna sonrisa y gesticulación hermosa.
Fuimos con la gran rubia por los ingredientes gazpachianos, por lo que esta tarde, deberé lucir la habilidad para 15 personas: los de casa y los del hortelano, que nos surtió el tesoro de huerta a cambio del producto elaborado.
Hable en espanglish con un lugareño de luciente serbinglish, sobre la guerra de los balcanes. Sabía lo que nos pasaba con los de la boina y la birretina de ámbito de decisión.
Me dijo que no cayéramos en el grave error que ellos, pues añoran la antigua Yugoeslavia. Me dijo que lamentaba tanta muerte, tanto sufrimiento y tanta pérdida de patrimonio cultural y bienestar económico.
Me mostró una kalachnikov de las que tanto se ven en las guerras del mundo. Al ver aquella máquina de muerte, rogué a Dios para que diera sensatez a los que la necesitan.
Disfrute reparando antiguas reliquias de madera, dignas piezas de museo etnográfico que lucirán hermosas en la casa.
Saque unas fotos al sobrino, haciendo gala de su cuartillo de sangre vasca, levantando piedras en gimnasio improvisado de jardín. Le recomendé sombra y camiseta, para no insolarse ni mosquitarse indebidamente, pero en sus neuronas, privaba un cuerpo cachas de pellejos morenos
La gran rubia nos ceba como sí nos imaginara en San Martín y no puedo negarme a comer un engalletado pastel con vainilla.
Su tostada cobertura de merengue, me trae recuerdos de maternos dulces de amor y trago sin rechistar. Tiempo tendré para disolver la pasta con cerezas en alcohol, para goce mosquitero, antes de chocarse con cualquier árbol del bosque.
Debo citar un raro y comico suceso, que no habr'ia podido acontecer en mi casa. Una encantadora gallina, llega cada d'ia a la casa, pica en el cristal y al abrirle la puerta, entra, se acomoda junto a la guitarra, pone un huevo y se va con el resto de las gallinas. Es un hecho hermoso, que incita a la ternura y la comedia.
Ceso aqui mi escritura al son de las diversas moscas de compañía, que por variedad de tamaño ,cantan sus alas con diversos tonos musicales.
Continuara
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