El 20 de julio de 1969, salí con un grupo de alpinistas, camino del Monte Perdido, que con sus 3,355 metros, es la segunda cima de los Pirineos, tras el Aneto.
Enfilamos el Cañón de Ordesa, ascendimos por la Cola de caballo y nos acercamos a la base del monte, para su ataque final.
Las lascas de piedra, hicieron difícil el ascenso. Descendía un paso por cada dos ascendidos, pero subía. Era verano, e importantes neveros, complicaban aún el ascenso.
Ya en la cima, una ligera brisa, helaba el alma en la arista suprema. Tras recuperar el resuello, emprendimos el descenso.
De vuelta al campamento y yendo rezagado, caí en una rimaya, un hueco oculto, entre la nieve que se derrite y la roca, que absorbe y transmite el calor solar. Fueron unos 4 metros de deslizamiento casi a plomo. Rompí mis gafas solares, magullé mi cuerpo y tuve penosas dificultades, para salir en solitario de aquella trampa.
Solo, temblando de miedo, ciego por el resol en la nieve.
Finalmente, llegué al campamento, cansado, dolorido y con hambre.
Todo un reto personal para mí, pero una nadería para los grandes alpinistas y sobre todo, para los que su meta no es la montaña, sino el espacio.
Ese mismo día, el astronauta Neil Armstrong, puso un pie en la luna, marcando la historia de la humanidad.
46 años después, he llegado a los 7,900 lectores (mis 7,900 metros). Estoy en el último campamento, antes del asalto final a la cima del Everest, la cima del mundo, mi inmediato objetivo literario.
Enfilamos el Cañón de Ordesa, ascendimos por la Cola de caballo y nos acercamos a la base del monte, para su ataque final.
Las lascas de piedra, hicieron difícil el ascenso. Descendía un paso por cada dos ascendidos, pero subía. Era verano, e importantes neveros, complicaban aún el ascenso.
Ya en la cima, una ligera brisa, helaba el alma en la arista suprema. Tras recuperar el resuello, emprendimos el descenso.
De vuelta al campamento y yendo rezagado, caí en una rimaya, un hueco oculto, entre la nieve que se derrite y la roca, que absorbe y transmite el calor solar. Fueron unos 4 metros de deslizamiento casi a plomo. Rompí mis gafas solares, magullé mi cuerpo y tuve penosas dificultades, para salir en solitario de aquella trampa.
Solo, temblando de miedo, ciego por el resol en la nieve.
Finalmente, llegué al campamento, cansado, dolorido y con hambre.
Todo un reto personal para mí, pero una nadería para los grandes alpinistas y sobre todo, para los que su meta no es la montaña, sino el espacio.
Ese mismo día, el astronauta Neil Armstrong, puso un pie en la luna, marcando la historia de la humanidad.
46 años después, he llegado a los 7,900 lectores (mis 7,900 metros). Estoy en el último campamento, antes del asalto final a la cima del Everest, la cima del mundo, mi inmediato objetivo literario.
Han sido muchas noches sin sueño, exprimiendo mi mente y desparramando mi corazón, por los teclados electrónicos, para llegar a ti, mi desconocido lector.
Miro la cumbre final. Siento felicidad por lo ya conseguido y ansias por lo que aún queda por subir.
Heladas paredes verticales, escasas de oxígeno, prestas a cobrarse el tributo de sangre y abrazar cuerpos inertes para siempre, en sus fríos eternos.
Un resbalón, un alud o el frío extremo, truncan para siempre el sueño del triunfo. A veces, ironía del destino, el Everest se deja acariciar en el vértice ansiado y se cobra la vida en el descenso, de los escaladores de corazón henchido de felicidad, dedos congelados y físicos, extenuados.
Lo mío es menos arriesgado, pues soy tan sólo, escalador de salón; en vez de piolet, uso un ordenador y sustituyo la cordada, por el hilo que me une contigo, para transmitirte mis ideas y mis emociones.
Yo también fui alpinista, cuando mi corazón joven, surtía de suficiente sangre mis piernas. Tuve el coraje y la imprudencia de desafiar sin medios, escarpadas rampas de los Pirineos, aunque muy modestas, si las comparamos con las grandes cimas del mundo.
En los testimonios gráficos de aquella época. aparezco con un viejo uniforme que un marine norteamericano y compañero de judo, me regaló a su vuelta de la guerra del Viet Nam; un pañuelo al cuello; unas botas de montaña y un piolet, sobre el lago helado que guarda la base del Perdido. En otra, estoy con barba de asilvestrado y sombrero, pareciendo un gañán de la montaña.
Sé lo que fue sufrir y gozar la montaña. Sé lo que fue pasar frío y miedo. Aquellos viejos recuerdos, me han incitado a hacer un parangón literario, entre la altura del Everest y las 8,850 lecturas de mi blog.
Me faltan 950 lecturas para mi Everest. Tú, mi anónimo lector, cada vez que leas un artículo mío, me habrás impulsado un metro hacia mi meta literaria. Me agrada mucho que leas mis palabras. Me agotas, cuando debo escribir un día tras otro, para transmitirte pasión y curiosidad y me enervas, porque permaneces camuflado tras la pantalla, sin interactuar conmigo.
No sabes cuánta curiosidad, despiertas en mí, cada vez, que te conectas desde la India, China, Australia, Perú, Brasil, Holanda, Colombia o Canadá por ejemplo.
Me pregunto quién serás, cómo has dado con mi blog y que te atrae de mis "pensamientos libres", desde tan larga distancia.
Espero que algún día, además de leerme, interactúes conmigo, me des opiniones, me transmitas emociones, me cuentes preocupaciones, sueños y proyectos en esta aldea global.
Pronto llegaré a los 8,850 metros y tú me habrás ayudado. Calculo una media de 40 metros diarios de ascenso, por lo que haré cumbre en menos de un mes.
Cuando esté allá, habremos llegado juntos. Espero compartir contigo entonces, una copa de champagne virtual.
Donde marca la flecha amarilla debajo de la indicación Cañón de Ordesa, recogí flores de Edelweis.
En el lago helado, situado entre el Monte Perdido y el Cilindro. Era puro hielo en pleno mes de julio. Con uniforme de marine norteamericano, impropio para escalada y estar en la nieve
Puede verse la ubicación del Lago helado, entre el Perdido y el Cilindro,
Rimaya
Me pregunto quién serás, cómo has dado con mi blog y que te atrae de mis "pensamientos libres", desde tan larga distancia.
Espero que algún día, además de leerme, interactúes conmigo, me des opiniones, me transmitas emociones, me cuentes preocupaciones, sueños y proyectos en esta aldea global.
Pronto llegaré a los 8,850 metros y tú me habrás ayudado. Calculo una media de 40 metros diarios de ascenso, por lo que haré cumbre en menos de un mes.
Cuando esté allá, habremos llegado juntos. Espero compartir contigo entonces, una copa de champagne virtual.
Donde marca la flecha amarilla debajo de la indicación Cañón de Ordesa, recogí flores de Edelweis.
Las edelweis, son flores de nieve, que nunca se marchitan. Las llaman las flores del amor eterno. Las cogí para la que algún día, fuera mi mujer. Las conservamos 46 años más tarde, en una pequeña caja y en un gran corazón; cansado, si, pero grande.
En el lago helado, situado entre el Monte Perdido y el Cilindro. Era puro hielo en pleno mes de julio. Con uniforme de marine norteamericano, impropio para escalada y estar en la nieve
Puede verse la ubicación del Lago helado, entre el Perdido y el Cilindro,
Rimaya
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