La blasfemia es una ofensa verbal o con hechos hacia lo venerado por una religión.
La prohibición de blasfemar, fue abolida en Francia, cuando la Revolución francesa desarrolló los conceptos de libertad de religión y libertad de prensa.
En la actualidad, muchas ofensas a Alá, se están pagando con la muerte, sea o no musulmán quien la realice, bien por aplicación institucional de la sharia o por una acción terrorista.
En otras épocas y en el mundo cristiano, la blasfemia se castigaba con duras penas, incluso con la muerte.
En el ámbito occidental, actualmente más tolerante, una blasfemia, es cuando menos, una grave ofensa a quienes profesan la religión cristiana o una grave falta de educación, de delicadeza y de respeto.
Sin embargo, no se castiga, pues prima la libertad de expresión.
Hace unos meses, el semanario francés Charlie Hebdo, sufrió un grave atentado jihadista, que costó la vida a 12 personas. Todo ello, por publicar una viñeta en su portada que los musulmanes tomaron como una ofensa a Mahoma.
Entonces, los franceses se echaron a la calle, aludiendo el derecho a la libertad de expresión y algunos dijeron, que impedir la sátira y la ironía, haría la vida más aburrida.
Lo cierto es que el semanario, no debió a mi juicio, ofender a los musulmanes y éstos, no debieron caer en la barbarie del derramamiento de sangre.
Recientemente, se han formado nuevos equipos municipales y gobiernos autonómicos en España.
Han accedido al poder, ciertos personajes que realizan gestos y actitudes políticas, que constituyen una gratuita e innecesaria provocación. Además, faltan el respeto a importantes sectores de la población.
Algunos grupos minoritarios, gozan del privilegio de un poder no ganado en las urnas, atacando u ofendiendo a quienes no piensan como ellos.
Digamos, que los españoles debemos soportar con estoicismo, las consecuencias de un imperfecto sistema electoral y la impunidad de la demagogia.
Son las vigentes reglas del juego y no hay vuelta de hoja.
Sin embargo, al margen de la libertad religiosa de cada cual, hay límites que no deben sobrepasarse por convivencia, respeto y buena educación.
He sabido, que una Directora General, recientemente nombrada en Cantabria, se ha ciscado en Dios dentro de su despacho oficial.
No soy lo que algunos llamarían un "capillitas" o un "meapilas", He recorrido mucho camino de la vida, para que improperios como este, me generen salpullidos mentales.
Pero precisamente por ello, me siento con mayor libertad, para defender, el respeto a las creencias religiosas, desde el equilibrio emocional y el buen gusto.
Hace años, oí con estupor e indignación, cómo un grupo de peones camineros, hablaban en su jerga con continuas blasfemias. Fue penoso y pensé que eran unos desgraciados sin instrucción.
Pero una Directora General, que ha pasado por la Universidad, debe dar ejemplo de educación, respeto y convivencia; máxime, cuando está ejerciendo su responsabilidad en un despacho público.
El Gobierno debería ser más cuidadoso a la hora de seleccionar los cargos públicos y evitar así, que personajes de tal jaez mondonguera, avergüencen a los ciudadanos.
En democracia, cabe la defensa de opciones políticas diferentes, como por ejemplo, un mayor o un menor intervencionismo económico, educación pública y privada, diversas actuaciones de salud pública, etc.
En cualquier caso, no basta con hacer una buena gestión. Hay que demostrar también honradez, respeto y tolerancia.
Es cuestión de educación y al parecer, hay quien sólo ha asistido a la universidad, para obtener un título profesional.
Es la diferencia entre "pasar por la universidad o que la universidad pase por ti".
Nos espera el desasosiego
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