Sonreí al meterme en la bañera. Antes del placer de un templado remojón en la quietud de la mañana, tuve que quitar una tela de araña en su interior.
Hay paro en España, pero una legión de arañuelas, labora incesantemente por doquier. Árboles, arbustos, esquinas interiores y exteriores de la casa e incluso los espejos retrovisores del coche, son testigos de su gran actividad.
Las cerezas, tímidas ellas, enrojecen paulatinamente de vergüenza, cuando las mira el sol. Las peras y las manzanas, casi no son ni la promesa de agosto, mientras grosellas y frambuesas, ya me dan agridulces alegrías.
Los renacuajos cabecean por el estanque, dando vida al micropaisaje y su propia vida a las acorazadas larvas de libélulas, auténticas asesinas de las aguas estancadas y las larvas de escarabajo, roen las raíces de mis árboles.
Palomas torcaces, jilgueros, mirlos y gorriones, beben el agua del estanque y se bañan en su orilla para mi solaz distracción. Las hormigas, perezosas por el momento, no actúan de sherpas, subiendo los pulgones a la cumbre de los árboles. Las chinches de campo, no mordisquean mis frambuesas todavía y no siento el desagradable aroma de sus glándulas defensivas.
Un intenso olor, en los sitios más recónditos del jardín, delatan la presencia de escondidos erizos, que viviendo aún mi padre, traje desde las montañas de Arenas de Iguña. Recuerdo su suelta en el jardín y los momentos finales de felicidad con mi padre ya en declive.
Las tijeretas perforan y lesionan las hojas de mi paraíso particular, atentando contra mi torre de marfil, reposo de tantas incursiones por el mundo desconocido e inhóspito de las largas distancias, en descubiertas de culturas, con los sinsabores del camino, las sorpresas de cada curva y la amistad o el peligro cuando menos lo esperas.
Las pequeñas hierbas ajenas a mi soñado césped, se empeñan en demostrarme que la tierra también es suya y que seguirán ahí cuando yo ya no esté. Me ofrecen miles de diminutas margaritas, tiñendo de blancas pecas el verde intenso de la hierba, repitiendo su regalo, cada vez que mi segadora las guillotina en una suerte de revolución francesa de la naturaleza.
El macrocosmos y el microcosmos, se rigen por las mismas leyes del Universo, con planetas gravitando en derredor de los soles de las galaxias y los electrones deudores de los núcleos de los átomos.
Hay un orden establecido por el Creador, que inunda de vida, belleza, y muerte, cada rincón del Universo. Y nosotros, los seres humanos de este planeta, no somos más que un soplo de insignificante existencia, en el tiempo y en el espacio.
Como las pequeñas arañas que tejen su red de muerte para vivir, nosotros, tendemos las redes para prosperar en el jardín humano.
Empresarios, banqueros, pensadores, científicos, obreros, deportistas,... todos intentamos arrimar la energía que se transforma, al ascua de nuestra sardina. Todos intentamos colocarnos en el vértice de una pirámide, en la que la base nos transmita la energía acumulada por su trabajo, con el mismo fundamento de una pirámide alimentaria de la vida.
En este tejer telarañas y de pequeños seres vivientes, aparecen los políticos, que surgidos desde la excelencia o desde las alcantarillas de la sociedad, intentan atrapar nuestros votos y nuestras vidas, con elevados valores, los menos, o sus sucias artimañas los más.
Arañas que nos envuelven en redes de sofismas, que nos bombardean con cantos de sirenas y nos llevan al matadero ideológico, pastoreándonos como ovejas, llevándonos a la mangada de embarque de ganado, para subirnos, encerrarnos en camiones de transporte y pasearnos por la desgracia durante una legislatura política.
Gaviotas solventes, nos ofrecen la cara de la recuperación económica y la cruz de la indecencia, haciendo bueno el proverbio, de que el poder corrompe y el poder absoluto, corrompe absolutamente.
Rosas de ideología errática, de caídos pétalos, sin aromas, pero con espinas, dilapidan el valor de su historia, con un patético producto de marketing político, cuyo único lema "por el cambio", sólo induce cambiarle a él.
Coletas moradas, con fauces antisistemas, revientan los actos de sus adversarios, ocultando su lobunez bajo el manto de la socialdemocracia, a la par que devoran al inconsistente Caperucito rojo. Comunistas que ofrecen recetas de fracaso, dolor y muerte del siglo pasado, ansiosos de apoderarse del Boletín Oficial del Estado, de Defensa, Interior e Inteligencia, con grave riesgo de hundir y desmembrar España, haciéndose los suecos con intenciones venezolanas.
Naranjas de esperanza, que no ofrecen todavía la suficiente estructura y madurez para asumir la responsabilidad de gobernar el vértice de la pirámide.
Y finalmente, buitres de la carroña centrífuga, que quieren hacer de España una rueda de quesitos en porciones.
España, al igual que mi jardín, es un mundo pequeño que parece salirse de las leyes del universo, mientras se ciernen sobre ellas, grandes peligros.
Arañuelas, tijeretas, chinches de campo, larvas de libélulas y de escarabajo... Toda una fauna pequeña de la política con minúsculas, parece unirse en la tormenta perfecta para hundir una gran nación forjada con el sudor, el arrojo y la sangre de nuestros antepasados.
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