Me entusiasma la fotografía en cualquiera de sus modalidades, pero tengo una especial predilección por las siluetas, los colores y los rostros de las gentes. Si viajar es leer la vida, fotografiar personas, es captar sus almas.
Un rostro te muestra la candidez, la bondad, el amor, la ansiedad, las pasiones y cualquier sentimiento del ser humano. Ver una faz a través del objetivo de la cámara, te permite, si eres perspicaz, conocer, en cierto modo, la intimidad de la gente, por sus arrugas de vida, sus poses y sus expresiones, por ejemplo.
Este artículo, contiene fotografías obtenidas en escenarios cotidianos, con alta densidad de población y no siempre ha sido posible obtener primeros planos de los personajes.
Sin embargo, la curiosidad que despertaba como occidental, la afición de los chinos a fotografiarse, su natural amabilidad y sus tradicionales vestimentas, permitieron, a lo largo del viaje, tomar preciosas instantáneas, que ahora incitan a la nostalgia.
En la China profunda que hemos visitado, hay un importante turismo nacional, pero casi nulo turismo extranjero. A veces, cuando veíamos algún occidental, le saludábamos y preguntábamos su nacionalidad y compartíamos con complicidad, la felicidad de visitar lugares únicos, ajenos a la contaminante industria del turismo internacional.
Cada día, posaba con numerosas personas, a las que sorprendía observándome a escondidas. A veces, pedía compartir una instantánea con algún personaje de interés; especialmente, hermosas mujeres, preciosos y enternecedores niños, parejas de jóvenes haciéndose un reportaje fotográfico prematrimonial en la calle o simplemente, con trajes étnicos de uso diario o incluso en manifestaciones folclóricas especiales.
Al fotografiarme con los personajes, tenía especial cuidado en respetar sus costumbres y creencias. No posaba habitualmente mi mano sobre los hombros, ni tocaba sus cabezas, fundamentalmente, porque el budismo considera sagrada esta zona corporal. Me dejaba llevar por la intuición y por la espontaneidad, siempre con una sonrisa que ganaba la confianza y los corazones de la gente.
En muchas ocasiones, terminaba rodeando preciosos y delicados cuerpos de porcelana, nos mirábamos sostenidamente a los ojos e incluso casi juntábamos nuestros rostros, para captar la imagen de una sonrisa compartida.
Cuando se trataba de grupos de mujeres, debía repetir la pose con cada una de ellas, lo que me parecía una divertida experiencia.
Recuerdo que una joven me pidió una vez posar con ella en Hoian, Vietnam. Era pequeña y liviana y en un irreflexivo impulso, la cogí en brazos y la levanté. Pasado el susto inicial, se colgó de mi cuello, pegó su rostro al mío y nos hicimos numerosas fotos. Curiosamente, todas sus amigas quisieron tener las mismas fotografías y tras levantar en brazos a cinco chicas más, ya no me parecieron tan livianas. Por prudencia, no he querido repetir más la experiencia, pero he vivido situaciones similares en China, con grupos de chicas que posan conmigo solo por el hecho de ser occidental.
En el sur de Yunnan, la gente iba ataviada habitualmente a la vieja usanza y en el centro, más urbano, los trajes tradicionales eran más escasos o bien se portaban sólo en días festivos y en acontecimientos especiales. En el norte, los tibetanos vestían mayoritariamente con sus ropajes étnicos y aunque casi siempre posaron amablemente con nosotros, tuve especial cuidado de no tener contacto físico con las mujeres. Actué de igual forma en poblaciones de etnia musulmana.
Se advierte al lector, que entre las fotos, hay una fotografía de un chino, ... que no es chino
Se advierte al lector, que entre las fotos, hay una fotografía de un chino, ... que no es chino
La mirada de esta dulce niña, me cautivó
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