En un capítulo anterior, había mencionado el sentido poético de los chinos para bautizar sus lugares hermosos.
La Cascada Jiulong de los 9 Dragones, colmó nuestras expectativas. El sol calentaba nuestra piel y decidimos subir a la cima de la montaña por carretera, para descender a pie durante unas tres horas.
El agua caía sucesivamente por nueve saltos, a cual más hermoso. En cada caída, el agua cantaba la sinfonía de la Naturaleza y se tornaba blanca por su espuma valiente dando verdor a los árboles ribereños.
Nos subimos a una balsa de bambú en el lago de la cascada superior, la más alta y nos acercamos prudentemente al punto de caída del agua. También evitamos acercarnos demasiado al borde de la siguiente cascada. Fue un momento hermoso que disfrutamos mucho.
Había "vivido" preciosas cascadas en Sao Tomé, en el Golfo de Guinea; en la isla de la Reunión, al sur de Madagascar, ambas, de origen volcánico y en Etiopía, donde mi imaginación voló al presenciar la cascada que alimentaba nada menos que el mítico Nilo Azul. Sin embargo, no había tenido ocasión hasta ahora, de ver nueve cascadas sucesivas y diferentes.
No tenía arreglo, estaba eufórico por la belleza que veía y mi mente ya volaba desde Asia a las dos Américas y a África, para vivir nuevas experiencias.
Continuamos el descenso y a cada recodo del camino, había nuevas sorpresas entre árboles y macizos de bambú. Mi alma de cazador de imágenes, se perdía ante tantos encuadres fotográficos y perdí el sentido del tiempo.
Abandonamos aquel mágico lugar, con el sueño de ver preciosos campos amarillos de colza. Lamentablemente, no hubo suerte. Nos habían sobrado hojas de calendario y las flores de colza ya se habían agostado, huyendo con él el ansiado color amarillo.
Este es el color del paisaje soñado y...
...este es el color del paisaje encontrado
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