Tengo entre las plantaciones más hermosas del mundo, los campos de algodón, las multicolores producciones de tulipanes, los azulados campos de lavanda, las amarillas extensiones de colza en flor y por supuesto, las terrazas de arroz.
Mi primer intento de ver las terrazas de arroz, fue en el valle de Sapa, al norte de Vietnam, en la frontera con China. Lamentablemente, fue una tremenda decepción, pues estaban fuera de temporada, improductivas y secas.
Sentí una gran emoción cuando recorrí los campos de arroz en Bali, Indonesia. Las húmedas terrazas, tenían un maravilloso verde esmeralda, que impresionó para siempre mis retinas y mis recuerdos.
Esta vez, había escogido la época adecuada, para ver las terrazas inundadas de agua y dadas la inmensidad de las plantaciones, parecían inmensos espejos escalonados, que reflejaban tanto el sol del amanecer, como la luna al ocaso del sol.
Nos dirigíamos a Yuanyang, en el sudeste de Yunnan, en pleno territorio de las etnias Hani y Yi, que llevaban tallando aquellas montañas, desde varios siglos atrás. La titánica obra, era de tal belleza, que la UNESCO las había declarado Patrimonio de la Humanidad y no tardaría en comprender a razón.
Las terrazas se encuentran a 1800 m de altitud media sobre el nivel del mar y ocupa 12,500 hectáreas.
La mejor temporada de visita es entre octubre y marzo, cuando las terrazas están llenas de agua y el arroz aún no ha brotado.
Suponen un espectáculo único; el amanecer entre nubes bajas y los atardeceres con los reflejos del sol en las terrazas de arroz inundadas de agua, tiñen mágicamente los colores de las terrazas. Es sin duda, un paraíso para los fotógrafos.
Estando en ruta, encontramos un grupo de hombres faenando en la misma carretera, un búfalo de agua que habían sacrificado, para "celebrar" el entierro de un lugareño.
Poco después, paramos en un poblado en el que se celebraba el mercado semanal. Fue un paraíso étnico en el que pudimos vivir la China rural y profunda que veníamos a ver.
Antes de llegar al hotel, cuando el sol ya parecía cansado, divisamos las primeras terrazas de arroz. Unos patos, se recreaban en ellas, esquivando en lo posible la vara del propietario, que se afanaba en recogerlos, para protegerlos de las alimañas de la noche.
Igualmente, los búfalos de agua retornaban igualmente a sus establos, tras una agotadora jornada arando las húmedas terrazas.
Tras el fiasco del amanecer, entretuvimos la jornada, visitando un nuevo mercado étnico. Nuestra furgoneta botaba sin misericordia al recorrer la difícil carretera de montaña y finalmente, llegamos a una población en la que abundaban integrantes de las etnias Hani y Zhuang.
Tuvimos algunas sorpresas. Vimos unos carteles con las fotografías y los curriculums vitae de varios especialistas médicos. Eran la carta de presentación de los doctores que pasaban consulta en una suerte de banco corrido, a los campesinos que acudían al mercado. No nos lo podíamos creer, médicos de familia, ginecólogos, acupuntores, analistas,... He aquí el testimonio gráfico de la situación:
Ropa de la etnia Zhuang (izquierda) y de la etnia Hani (derecha)
La etnia Zhuang usa telas teñidas con azul índigo, como también hacen los Tuaregs en el desierto del Sahara, a los que llaman, a los que llaman los hombres azules.
Fumando en pipa
Deambulaba absorto por el mercado, cuando un "bata blanca" me mostró una bandeja de quirófano con tapones de cera de oído ofreciéndome sus servicios. Me negué a ello y me dispuse a sacar una foto, pero me prohibió que lo hiciera.
Era mi día de suerte y acontecería una agradable sorpresa. A la emoción de fotografiar atractivas etnias siguió la inesperada oportunidad de montarme en un camello bactriano, el asiático de dos jorobas. Era una oportunidad que no podía desaprovechar.
Paseamos a continuación entre terrazas de arroz. Veíamos patos por doquier, pero también restos de plásticos que quitaban al paisaje parte de su poética belleza. Nada grave si los campesinos toman conciencia de la necesidad de preservar un lugar tan hermoso fruto del esfuerzo de las generaciones de Hanis y Yis que les precedieron.
Acudimos al Mirador de Laohuzui a la caida de la tarde. Las instalaciones eran maravillosas y el lugar realmente sublime.
Había carteles anunciando la posible presencia de serpientes cobra, fuera de los senderos organizados, pero en ningún momento percibí riesgo alguno.
El sol llegaba a su ocaso y le saqué unas fotos cálidas y hermosas. Luego, tiñó de oro las terrazas de arroz y tuve el privilegio de ver un paisaje para la eternidad que merecía, a todas luces, ser considerado Patrimonio de la Humanidad.
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