martes, 24 de febrero de 2015

La Reunión. Capítulo 5 . Despertares

Isla caliente. Capítulo 5. Despertares

Tengo sublimes recuerdos de amaneceres africanos.

Hace 35 años, un muecín llamaba a la oración en Chauen; la profunda y lejana llamada a la oración,  se mezclaba con los cantares de los gallos, allá en la otra ladera del monte.

Hace 3 años, el muecín llamaba a la oración en Sukuta, Gambia, mientras lejanos perros competían en aullidos, un asno, rebuznaba sin freno, las tórtolas arrullaban sin piedad y los cantarines pájaros, saludaban la madrugada.

Hace 5 meses, un muecín de Estambul, me despertaba del sopor que el cansancio y la enfermedad, me tenían sumido en la habitación del hotel.

Hace menos de un mes y en diversas poblaciones del profundo Marruecos, los muecines, cada uno con su dramatica y exótica llamada, me anunciaba el inicio de un nuevo afán.

Hoy, en San Vincendo, una alejada y solitaria zona de la Isla de la Reunión, los persistentes cantos pájariles y probablemente, unas tórtolas locales, pusieron el día en marcha y con ello, mi vida.

Había dormido tarde y al principio, con sueño ligero, atento a cualquier ruido o movimiento extraño, pues el miedo es libre y dormir en densa  semiselva y en un habitáculo abierto, da para pensar y temer.

Pero el agotamiento, el sueño, las dos cervezas y los dos vasos de vino de Burdeos, vencieron mi resistencia.

Tenía 4 horas para podar el seto informal de la finca, pero 80 minutos han sido suficientes para liquidar el trabajo. Trabaje con  guantes de cuero, un viejo pantalón de algodón y una camiseta de manga corta. Previamente, me había dado repelente de mosquitos y abandonado la idea de la malla de cabeza.

Sentí un profundo dolor. Algo me había herido a través del grueso guante. Sin tiempo de reacción, sentí otra laceración en el antebrazo, seguida de dos más, una de ellas, en el abdomen.

Vi volar grandes, patilargas y anaranjadas avispas. Me aleje dolorido del lugar, comprendiendo que había un nido y defendían su territorio.

El sol alegra la mañana, pero las nubes le tapan con rapidez. El calor ya es sofocante y es hora de turistear. Cumplida mi misión de “ peluquero de clorofila”, me voy a la playa de arena negra que besan las olas escualas de dientes y muerte.

Ya de vuelta, sudada la camiseta y agotado por la complicada caminata, reemprendo la crónica.

Era una senda angosta, a veces incómoda de atravesar. Más tarde, se abrió al mar con acantilados amenazantes y rocas de lava. Tras dos km abruptos, llegue a una playa negra, con un cartel prohibiendo el baño, por riesgo de tiburones. Saqué varias fotos y moje mis manos con las aguas del Océano Indico. Un idiota, se bañaba entre acantilados y supongo que por poco tiempo.

Parte de la flora ya la he visto en otras partes de África, especialmente en Sao Tome, por ser otra isla volcánica similar. La vainilla, el café el pimentero, los cocoteros, los árboles del pan, los grandes helechos, las flores del paraíso, las orquídeas, los bambúes, los bananeros, las kentias, todo en su conjunto, hacen paradisiaco el entorno.

Pero cuando se camina bajo el tórrido sol, buscando el perdido camino del retorno, uno piensa que todo paraíso tiene su reverso.

Ahora, a pie descalzo, pantalón africano, a brisa verde de palmerales, recupero resuello con un agüita fría. Con la mano derecha, tecleo las ideas y periódicamente, lanzo un tortazo al cogote, para matar un mosquito. Y en esas estamos.































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