viernes, 13 de febrero de 2015

Tambores africanos. Tercera parte

Cuando llegamos a Bissau, buscamos trasbordo en una nueva furgoneta. La cegadora luz ambiente, dio paso a la negritud del vehículo. Iba llena de pieles negras que acentuaban la impresión. Los blancos de los ojos, me avisaron que una docena de negras miradas, se clavaban en mi piel. Un saludo al aire, abrió blancas sonrisas de marfil.

Llegados al destino, nos fuimos al camping del lugar. Su dueño, acababa de volver de Portugal, donde la sanidad, le prolongó su vida, a pesar del brote de malaria. Acordamos con él, utilizar un bungalow, que había dejado un compatriota, de esos que todo lo ven y todo lo oyen, en beneficio de una bandera.

Necesitaba ducharme, para regalarle al agua mis sudores y los aromas impregnados del camino. A pie descalzo, a ducha fría y a esta es, iba presto al sacriplacer necesario. Un grito sonó en el ambiente y allí estaba él. Alzaba sus pinzas, como las defensas de un miura y agitaba su emponzoñada cola, en un pendular movimiento amenazante. Era hermoso, negro y peligroso; era un escorpión africano.

El pueblo guineano, era dulce y sin doblez. Había vivido bajo la hoz y el martillo, ajeno al mundo exterior. Aún no había sido maleado, por el turismo contaminante.

Las intrigas y las traiciones, se jugaban en las alturas. Los golpes de estado eran parte de la vida y hasta ahora, ningún Jefe de las FFAA, había abandonado el cargo con vida. De hecho, llegué a conocer en Banjul, al joven huérfano de uno de ellos, convertido en artesano de djembés. 

En un país pobre, circulaban enormes y caros Hammer conducidos con acento sudamericano.

El color era africano; el olor, el mismo de cualquier otro país subdesarrollado. Aguas usadas, fritangas humeantes, especias penetrantes, pachulis paseantes,.... la vida en su mayor esplendor.

Sin embargo, me gustaba recorrer las calles, sorteando baches, disfrutando de la belleza de aquellos cuerpos y de la elegancia natural que emanan, de la valentía de los coloridos ropajes, el exotismo, la candidez y la alegría por doquier.

Tuve ocasión de visitar un Ministerio y la Embajada de Nigeria en Guinea. Pude comprobar la diferencia de trato con un oscuro y con un claro y supe que África, es un viejo continente con mucho camino por recorrer.

Si Asia ha despertado y ¡de qué manera!, África tan sólo se despereza, aunque tarde o temprano, tendrá su momento de gloria.

No era sitio de té a la menta, pero sí de una roja infusión de hibisco. La que llaman karkader en Egipto, "agua de Jamaica" en Méjico y Bishop, en el África Occidental. Recuerdo cómo en el hotel de Dakar, me ofrecían la bebida, con pretendidas propiedades afrodisíacas, reforzando mi impresión, de que en todos los sitios, hay algo para eso, aunque no valga para eso.

Uno de los agradables momentos de mi estancia, fue bucear entre telas, mantelerías y ropajes africanos. No solamente, por satisfacer mi gusto por lo étnico, sino por alegrar al regreso, las caras de mis seres queridos.

Un wolof de mas de 2 metros, me hacía parecer insignificante a su lado. Me extendía telas y telas, a cual más hermosa y colorida. No sabía que escoger y pensé que algo así les pasaría a los leones, ante tantas rayas de cebras en movimiento.

Finalmente, opté por dos pantalones africanos, varias mantelerías y otros ropajes, que lucen espléndidas en los hogares de mis familiares y amigos cercanos.

Un dik dik, el antílope más pequeño del mundo, gallos valientes curtidos en la supervivencia del continente, una policía rascandose con una aguja de punto bajo el gorro oficial y su lacia peluca, intimissimi femeninas, en venta callejera, como lábaro marcial, guele gueles (taxis) en búsqueda de valiente clientela,... porque ¡esto es África!, la que no se ve en viajes encapsulados, ajenos a la realidad del afán de vida.

Callo mis palabras ceden el paso a los ojos. 



     




























No hay comentarios:

Publicar un comentario