Hacía frío y mi mochila me pidió un paseo. Saqué la brújula de la espontaneidad, con ánimos de aventura y de un a ver qué pasa.
Mi corazón miraba a África y mi cabeza me hacía dudar. Pudieron los sentimientos y eché la caña de pescar en el mar de internet.
Oí sones de "Tambores africanos". Poco después, estaba hablando con un desconocido llamado Alejandro.
No era momento de furgoneta y expedición, sino de transportes públicos africanos, pantalón viejo, chanclas, coraje y un tanto de inconsciencia.
Todavía no comprendo cómo me lancé a la aventura. Íbamos al sur, a la tierra de la luz y los colores. Él al encuentro de su novia nigeriana de etnia yoruba y yo a no sé qué.
Recorrimos Gambia, Senegal, Guinea Bissau y nuevamente, Senegal y Gambia. Atravesamos zona de conflicto armado, con numerosos controles; los troncos de árboles hacían de barrera y las metralletas tenían ganas de cantar.
Sudamos la piel y la teñimos de la roja arena del camino; nos dejaron lospasaportes llenos de cuños a 2 euros la estampa y hasta el siguiente control. Finalmente, hicimos "un me voy y un me vengo" en tierras calientes de sol y metralla.
Comimos cuando pudimos y vimos el agua y el jabón, cuando la suerte nos acompañó; una vez, incluso con visita de un enorme escorpión, que nos miraba, cola al aire, con muy aviesas intenciones. Tuve la frialdad de acercarle el objetivo de mi cámara y en agradecimiento por el posado, le di un cariñoso chancletazo y el pobre se murió.
Antes de dormir, revisamos en profundidad cada rincón de la casa, por si el bicho tenía algún familiar por la zona.
Pasamos un Gambia maleado, un Senegal belicoso y una Guinea ex comunista de gente amable, en un violento estado fallido.
Fue una locura, pero salió bien, aunque pudo ser al contrario. Pienso que mi ángel de la guarda tiene mucho trabajo, pero nunca me ha fallado. Esta es la historia gráfica de una ventolera africana.
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