Volvemos al norte, hacia la frontera de Senegal. Lo hacemos en un guele guele tartana total, pero que no nos deja tirados.Vemos magníficos árboles de iroko y al contemplar su majestuosa belleza, lamento que otros similares, hayan servido para revestir mi casa de nobles maderas.
Los yuyus o gris gris, rodean el brazo o cuelgan del cuello de muchos hombres. En su interior, guardan una sura del Corán, específicamente escogido para su portador. Cuando hago saber a alguno su significado y mi respeto por ellos, consigo arrancar una cómplice sonrisa.
En Sukuta, había visto un espantapájaros lleno de grigrís. Mis ojos los miraban con malévola avidez, por ser piezas por las que tengo especial atracción. Respeté las creencias ajenas y no toqué aquello, por no tentar al diablo.
Mi gallego amigo, decidió darse un toque de fashion en una peluquería local. Mientras, me dediqué a ver comercios, con máscaras africanas para turistas y algunos sombreros de la etnia peul, como los ya vistos en Mauritania, décadas atrás.
Vagué por el mercado, viendo los colores de las telas y la especias; las comidas del lugar, las pelucas con colores no inventados por la Naturaleza y tantas otras cosas de encanto y tipismo.
Me recreé viendo los dorsos femeninos, a turbante hermoso y bebé puesto.
Me alegré empapado en la alegría de un África que ríe, a pesar de los motivos de llanto.
Ya en el camping de Sukuta, hice una foto a mi uniforme de viaje: unas chanclas, un pantalón y una camiseta de algodón, para dejar testimonio de un viaje ligero de equipaje, única forma de viajar en libertad, sin el lastre de lo innecesario, incluidos la historia personal y los prejuicios.
Superada la prueba y envalentonado por ello, pensé en grande y tal vez, en desenfrenada locura.
Mi sueño soñó y por soñar lo imposible, volé a la ruta Transafricana.
De norte a sur, del Mediterráneo al Cabo Buena Esperanza. A través de desiertos, sabanas, selvas y montañas. A pesar de problemas de higiene, de corrupciones oficiales, delincuencias organizadas, fundamentalismos, dengues, malarias, tropezones y averías del camino.
Un médico, un mecánico, un duro vehículo ayuno de electrónica y un patrocinador, que ayude al desembolso necesario, serían la chispa que prendiera la locura del viaje. Tal vez, sea mejor que no surjan. ¿O tal vez sí?
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