En 1978, conocí a Raquel en Melilla. Éramos compañeros de trabajo, pero se urdió entre nosotros una gran amistad, de esas que perduran en el tiempo, hasta el final de nuestras vidas. Desde entonces, su familia y la mía, han mantenido un sólido nexo de unión.
Raquel era hermosa y sobre todo, una persona buena y generosa. Lamentablemente, una enfermedad nos la arrancó de esta vida, aunque no del corazón.
Perdura en su descendencia, la belleza física y las cualidades humanas que ellas les transmitió. Ver las hijas es evocar su madre y un pasado que no volverá
La primera vez que fotografié a su hija Raquel, era una preciosa joven de 17 años. Aún conservo una foto en la azotea de mi casa, que algún día encontraré. Pasados los años, ya madre y con la madurez de la vida, se muestra más serena, más sabia y quizás más hermosa. El parecido con su madre, es asombroso
Como no hay dos sin tres, una nueva Raquel, apareció en la escena de la vida. Me recuerda a su madre, en la foto de la azotea con su misma edad.
Pero no todo ha sido dorada hermosura en la familia. Isabel, hija, hermana y tía de las Raqueles, heredó una morena belleza, que también ha inspirado la creación de esta galería fotográfica.
La belleza, los recuerdos y el corazón, han sido claves en este trabajo
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