Iba a entregarme al frenesí de la escritura, antes de olvidar la inspiración de la noche.
Había disfrutado del ambiente de un peculiar establecimiento de tueste, envasado y degustación de café.
Había trabajado duro, para eliminar la maraña vegetal, casi selvática, que rodeaba a las palmeras junto a la piscina.
La serpiente pitón, tendrá más dificultades de darnos otro susto como el que proporcionó en su momento.
Había mantenido una interesante conversación con mis amigos australianos, sobre la masonería, a raíz de un cartel existente cerca de su casa.
Y finalmente, había despedido el día, con las añagazas de Zimba y Zan, los perros rodesianos que tanto me agradan.
Pero la mañana venía con otras intenciones.
El túnel del tiempo, me trasladó al pasado, a décadas atrás, de juventud, recuerdos y sentimientos olvidados.
Sorprendido, emocionado y curioso, recordé la historia vivida de las ilusiones soñadas y fuí feliz.
El sol venía de la Polinesia francesa, de Samoa, de Vuanatu y de Nueva Zelanda.
Era tórrido, valiente y hermoso.
Le dijo a las nubes que lloraran en otra parte, asustó a la bruma y la luna, se llevó la plata para Occidente.
Dejé el cuidado de las gardenias para otro momento y me fui a Coffs con Kate.
Disfruté de los colores del mercado y miré la carne de canguro para la barbacoa.
Comimos un lunch junto a un manglar, ya cerca del mar y en un momento dado, un water dragón, emergió del agua, entró en la terraza y me acerqué aél con cautela
Había disfrutado del ambiente de un peculiar establecimiento de tueste, envasado y degustación de café.
Había trabajado duro, para eliminar la maraña vegetal, casi selvática, que rodeaba a las palmeras junto a la piscina.
La serpiente pitón, tendrá más dificultades de darnos otro susto como el que proporcionó en su momento.
Había mantenido una interesante conversación con mis amigos australianos, sobre la masonería, a raíz de un cartel existente cerca de su casa.
Y finalmente, había despedido el día, con las añagazas de Zimba y Zan, los perros rodesianos que tanto me agradan.
Pero la mañana venía con otras intenciones.
El túnel del tiempo, me trasladó al pasado, a décadas atrás, de juventud, recuerdos y sentimientos olvidados.
Sorprendido, emocionado y curioso, recordé la historia vivida de las ilusiones soñadas y fuí feliz.
El sol venía de la Polinesia francesa, de Samoa, de Vuanatu y de Nueva Zelanda.
Era tórrido, valiente y hermoso.
Le dijo a las nubes que lloraran en otra parte, asustó a la bruma y la luna, se llevó la plata para Occidente.
Dejé el cuidado de las gardenias para otro momento y me fui a Coffs con Kate.
Disfruté de los colores del mercado y miré la carne de canguro para la barbacoa.
Comimos un lunch junto a un manglar, ya cerca del mar y en un momento dado, un water dragón, emergió del agua, entró en la terraza y me acerqué aél con cautela
Dotado quizás con habilidad para acercarme a la fauna salvaje y sin especial miedo, tras haber pasado por peores trances reptantes, acerqué mi mano para medir su paciencia.
Un amago de defensa, me hizo retroceder a la distancia prudente.
Su fría mirada de lagarto, me había convencido.
El bueno de Wilson, me pidió ayuda para podar las palmeras kentiax de la piscina.
Subido en una larga escalera y equipado con una larga pértiga, cortó las piñas de dátiles.
La profusa caída de dátiles, tan pequeños, como abundantes, redondos e incomestibles,
semejaba una especie de piñata, o peor aún, algo parecido a un pedrizo datilero, que soportábamos con buen humor.
Algo se pegó en mi pecho y lo aparté sobresaltado. Tras la sorpresa, vi que era una gran Santa Teresa o Amantis religiosa, que evidentemente, no deseaba tener como amantis.
Tras la satisfacción de un día feliz, compartí una nueva velada con mis amigos.
Un amago de defensa, me hizo retroceder a la distancia prudente.
Su fría mirada de lagarto, me había convencido.
El bueno de Wilson, me pidió ayuda para podar las palmeras kentiax de la piscina.
Subido en una larga escalera y equipado con una larga pértiga, cortó las piñas de dátiles.
La profusa caída de dátiles, tan pequeños, como abundantes, redondos e incomestibles,
semejaba una especie de piñata, o peor aún, algo parecido a un pedrizo datilero, que soportábamos con buen humor.
Algo se pegó en mi pecho y lo aparté sobresaltado. Tras la sorpresa, vi que era una gran Santa Teresa o Amantis religiosa, que evidentemente, no deseaba tener como amantis.
Tras la satisfacción de un día feliz, compartí una nueva velada con mis amigos.
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