Ayer, en el nirvana del crepúsculo, flotaba en el aire del salón, entre notas de música clásica. Fue un momento cumbre de bienestar y felicidad, como pocas veces he sentido. Simplemente, sublime.
En esos instantes, pensé que la audición, era el más hermoso de los sentidos. No en vano, es el que al parecer, más te aísla del mundo, cuando te falta.
Pero esta mañana, he saciado mi apetito de naturaleza, a la manera australiana. Kate y yo, hemos caminado a estomago vacío, piernas endurecidas y optimismo en la mochila, por los acantilados de la Diggers Beach.
A la belleza del lugar, con senderos acondicionados en madera, se añadía la satisfacción de andar por un paraíso del surf, donde mi hijo mayor, entonces adolescente, cabalgaba sobre las olas antes de ir al colegio.
El arbolado silvestre de los acantilados, dejaba ver el azul del mar bajo un cielo radiante.
Gaviotas casi de porcelana, bailaban al viento sobre la blanca espuma salina o se reflejaban en el espejo de mojada arena de la playa.
Mientras, una pareja de grandes cacatúas negras, llenaban con su escándalo los matorrales floridos.
Una fina y dorada arena, me recordó mis paseos del Sardinero, tan lejano en la distancia y tan próximo en el corazón.
El sol aún bajo, doraba el mar con sus reflejos; largas piernas de rubias cabezas, portaban sus tablas hacia el mar, pero este, aún vago, no recibía aquellas bellezas con sus olas de alegría.
Recogí muestra de arena, para la colección de mi hijo y el recuerdo del "yo estuve allí".
A la vuelta, un "hombre naranja", de los que cuidan el entorno, nos avisó de la presencia de una inmensa ballena, con su cría. Un gran chorro de agua, había delatado su presencia, pero ya era tarde para fotografiarla.
Escudriñé el inmenso horizonte, cada vez menos dorado y más plateado, pero no la vi.
Escudriñé el inmenso horizonte, cada vez menos dorado y más plateado, pero no la vi.
Su calendario decía que debía marcharse a finales de octubre y llevaba dos semanas de retraso.
Al menos, me queda el recuerdo de haber visto un bando de delfines, pescando en grupo junto a la orilla y alguna aleta aislada de tiburón.
Trabajé la mañana en la huerta. Planté las estacas de los tomates y de los pepinos, terminé de esparcir el mulching, de caña de azúcar triturada y regué posteriormente.
Un baño de turquesa piscina, aligeró mi acalorado cuerpo y salí con Kate a tomar el lunch.
Fotografié el colegio donde mi hijo había estudiado 21 años antes y llegamos a un paraíso.
Tras saciar el apetito, observé desde una especie de cabo colina, playas tan largas como hermosas,
Disparé ávido mi cámara de fotos y supe que en aquél paraje afortunado, mi hijo había surfeado en su juventud.
La desembocadura de un río, una piscina de agua de mar y una miriada de aves acuáticas, completaban aquél paisaje.
Un saludo en inglés de acento español, me puso alerta. Raúl, hijo de uno de los 5 ingenieros españoles recién llegados para hacer una autopista, ha sido el primer español con el que me he topado en Australia.
Me contó que jugando al golf, se encontró él también, con su serpiente negra de pérfido veneno.
Tras ver tanta belleza, pienso ahora que es la visión el sentido más hermoso. Y eso, sin contar con que es más gratificante ver la sonrisa de un niño que oírle berrear.
Extraño preludio navideño, en pantalón y mangas cortas, con bikinis en la playa, piel morena, piscina de aguas turquesas y árboles de Navidad ya erguidos.
Es raro, pero es hermoso.
Yo por lo pronto, he fotografiado el momento, para demostrar que huelo la Navidad, con un corazón de plata y un termómetro caliente.
DIGGERS BEACH
Yo por lo pronto, he fotografiado el momento, para demostrar que huelo la Navidad, con un corazón de plata y un termómetro caliente.
DIGGERS BEACH
Preludio de las Navidades australianas
¿Han visto la gran ballena con su hijo?
El perro rodesiano Zimba, tenía miedo de ir al agua
El antiguo colegio australiano de mi hijo
SAWTELLHEADLAND
Playa en una isla cercana y deshabitada
BONVILLE BEACH
Piscina con agua de mar
Paisaje desde la cocina de mi casa
Huerta terminada y recién plantada
La montaña desde la que salen
de noche los grandes murciélagos
Oliendo las Navidades con calor y un corazón de plata
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