viernes, 11 de marzo de 2016

Argelia 16. Sombras blancas

Los seres humanos, podemos ser lobos solitarios, águilas del espacio infinito, volando su soledad, pero la mayoría de nosotros, somos gregarios y disfrutamos con la presencia de almas amigas, riendo la vida, llorando la muerte o soñando el horizonte

Nos movemos e interceptamos los haces de luz, proyectando nuestra gris o negra figura, contra un muro, o un paisaje.

A veces, oscurecemos con ella otros seres humanos o protegemos de las inclemencias solares, la tez de un niño o el alma arrugada de un anciano ya vivido.

En raras ocasiones, nos topamos con personas que tienen aura. Que irradian felicidad, dulzura, sensibilidad y alegría.

No importa la edad, ni el sexo, ni la clase social, tan solo la energía amiga que te transmiten.

Aparecen, te iluminan, te transmiten serenidad, sientes una gran paz y un tiempo más tarde, vuelan con su luz a otros lugares.

Algo así, me ha pasado estos días atrás.

Andaba en mis afanes de experto internacional, entre otros del oficio. Comentábamos las aventuras vividas, entre viajeros del subdesarrollo y sentía quizás un poquito de envidia o tal vez de admiración, o tal no debiera sentirla.

84 países como experto, 52 yo; me he movido por África más que por Europa, pues yo 30 años en Tailandia y cada cual, describía los paseos de su maleta, las tribus vividas, las lenguas nativas, y los afanes del camino.

Pensé que éramos como una banda de estorninos, cayendo a plomo sobre un país, con nuestros ordenadores, nuestros pendrives y nuestros skipes, como cordón umbilical que nos une a Occidente
.
Recordé cómo viajan los periodistas de guerra, que trabajan para diarios diferentes, pero les une la amistad, la solidaridad, el whisky y el tabaco. 

Pensé en los representantes de laboratorio, que viajan en manada, juntos, como una familia errante, con sus juergas, sus fotos de familia, su baraja de cartas y sus zapatillas viejas, como una pequeña muestra del hogar lejano que a veces visitan.

Y allí estaba, cuando apareció Isabel. Era la esposa de un experto del grupo, que debía salir de misión, también con escolta, por los andurriales de piedras, olivos y peligros sin aviso.

Se sentó a la mesa, entre mi compañera de misión y yo. 

Su sonrisa; su mirada; su prudencia; su delicadeza..., y la vida fue más pausada y y armónica

Nacida en Madagascar. Hija de la Cooperación francesa. Licenciada en Matemáticas y Arte. Amante de España. Felizmente casada. Muy viajada y con mucho Asia y África en el morral de los recuerdos.

Conversación alegre, fecunda, hermosa y variada. Viajes, hijos, jardinería, huerta, casa, fotografía, muchos sueños paralelos y sendas vidas de muchos caminos recorridos.

Isabel, Michèle y yo. Un trío amigo, compartiendo desayunos y cenas, contando las horas vividas cada sol, los museos visitados, las calles pisadas y las imágenes cazadas por las calles del exotismo.

Isabel, su marido Jacques, Michèle y yo. Última cena, despedida amable y vuelo a su Midi francés, camino de Entebe, en la Uganda del desaparecido Idi Amín.

Se fue una pareja singular y se fue Isabel, con su delicada sombra blanca

Me dejó las fotos de su Casbah, como yo le dejé las mías y enriquecimos nuestros álbumes de luces, desconchados, miradas y árboles retorcidos.
Nos despedimos los cuatro, prometiéndonos visitas, en la Ciudad Rosa, o en la verde Cantabria, de casas de piedra, sombras en el viento y cantares profundos, de los valles de abarcas y varas de avellano.

Cierro mi escritura, de soledad nocturna y sonidos de olas y viento, con las fotos que no son mías, sino de un alma amiga, de pocos días, o tal vez, de muchos tiempos, en otras vidas, porque tal parecía que la hubiera visto, sin saber ni cuando ni dónde. 





















































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