Las vacas pastan la primavera en la montaña cercana. Son frisonas, que llenan el paisaje con sus pieles berrendas en negro.
Recuerdo el proverbio africano, "También las vacas negras, dan leche blanca" en un claro alegato antiracista.
Algo más allá, terneros charolaises, destacan con su color crema sobre el verde prado..
Un km más tarde, donde la carretera se retuerce entre colinas, unas espléndidas vacas tudancas, mueven sus pieles marengo oscuras, mientras que sus rústicos y largos cuernos, parecen incarse en el cielo.
Urracas, gorriones, tórtolas, mirlos, cernícalos, garcetas..., son manifestaciones aladas de hermosa vida, que salpimientan el guiso de la vida de mi tierra adoptiva.
Un nuevo té negro, humea a mi lado. Su teína dará alas a mis párpados de plomo, mientras me niego a perder el paisaje
Estoy a pocas horas del bisturí. Pronto entregaré mi consciencia a la anestesia y dejaré de controlar mi destino.
Mi bucólico paisaje, se tornará en batas verdes y mi mullido sofá, en una cama articulada. Mi té dejará paso al gotero y soñaré nuevamente, con la querencia de mi rincón de vida.
Un vecino trabaja la tierra cercana. Como cada año, prepara un gran cuadro, ya planificado, donde judías, lechugas, fresas, tomates, puerros, cebollas, pimientos y otros sabores naturales, crecerán en su tiempo, para alimentar el tiempo de su familia.
Si todo va bien, veré crecer la huerta, pasearé entre sus líneas, comentaré con el agricultor cómo viene la temporada y esperaré el trabajo de mis frutales.
Aún ansío vivir muchos paisajes, disfrutar de los pequeños placeres del camino, sentir muchos abrazos y llenar de bondad mi entorno, ahora que he comprendido más que nunca, el sentido de la vida.
Aún sueño con muchos senderos, muchos paisajes humanos, de razas y credos diferentes y también espero con impaciencia, el reencuentro con mi pasado.
Tras 45 años, espero pasar bajo los farolillos, pasear entre caballos, visitar casetas amigas, saborear unas manzanillas y oler la feria de Sevilla.
Sueño con volver a su alegría, a escuchar el rasgao de una guitarra y a ver los lunares de colores, seguir a "las sevillanas bailando sevillanas".
Ya no tengo edad para "sufrir la calle del infierno", pero también lo haré, si el guión lo exige. Tampoco deseo vivir la muerte de la Maestranza, de sangre, albero y banderillas de castigo.
Mi feria, la que ansío ver, es la de la alegría, el color y la amistad. Y después, cuando haya satisfecho mi nostalgia, querré oler el mar del sur y pasear lo que de mi queda, por los acantilados del cabo San Vicente, allá por tierras de fado y dulzura.
Solo falta, que el artista del bisturí, haga una faena corta y diestra, para que siga disfrutando de los colores de la vida.
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