jueves, 24 de marzo de 2016

Té negro

No podré dormir. Lo sé y no me importa. Estoy tomando un té negro, Earl Grey, con su peculiar aroma. Es de noche y espero ver la Macarena y la Esperanza de Triana por la televisión.

Se trata de vivir de alguna forma, la devoción y la memoria de mi feliz infancia sevillana.

Cojo la taza y caliento mis manos con ella antes de templar mi estómago. Pienso en la carretera y en mis hijos viniendo de Ginebra.

Todo está preparado. Nevera llena, cunas extendidas, juguetes listos y sobre todo, abrazos abiertos a los sentimientos familiares.

Es semana de capirotes, cirios, incienso, bandas de música, emoción viva, bajo la mirada de la luna llena, que no se cansa de escuchar saetas cada Semana Santa.

Es tiempo de cucuruchos de quisquillas, de bocadillos de calamares, de caracolillos, pescaito adobado, torrijas, de peinetas y mantillas.

¡Qué lejos está mi Sevilla juvenil! Simplemente, ¡Qué lejos está mi juventud! Y sin embargo, qué poco cambian las tradiciones que hunden sus raíces en el corazón y el alma de un pueblo.

Esta madrugá, el Cachorro proyectará su sombra contra la muralla del Alcázar de Sevilla, la Esperanza lucirá espléndida por el puente de Triana y la Macarena. bailará hermosa, mientras entra en su casa con la luz del alba.

Es Jueves Santo, uno de los Jueves que relucen más que el sol. Pronto llegaran mis hijos y ya no me queda té





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